PAPA KUCHO III (Capítulo final)

“Gracias Lucho por ser luz en nuestra oscuridad

Esta parte final de la biografía va dedicado a mis amores pequeños, mis nietos. Leonardo, José María, Joaquín, Santiago, quienes no llegaron a conocer facetas de las aventuras profesionales del abuelito. El más pequeño, Orly de solo dos años, no llegó a conocerlo.

Hola mis chiquitines guapos. Continuando con la historia del abuelito Lucho, hoy les cuento los momentos más importantes de su vida para que lo conozcan cómo era. Lo cierto es que ambos (su abuelito y yo) esperábamos a Orly (el último nieto) con tantas ansias para conocerlo, pero pá Kucho se quedó con pena de no poder hacerlo porque Dios apuró su partida al cielo.

Comenzaré cuando ya ambos (el abue y yo) éramos adultos. Habíamos terminado la universidad, estábamos casados y trabajábamos pero imagínense: dos angelitos hermosos a quienes con cariño hasta hoy les decimos Pepito (José Luis), Betito, (Carlos Alberto), trajeron mucha alegría a nuestras vidas y nuestro pequeño hogar. Nuestro tercer angelito Macolito (Miguel Ángel, el tercero), llegó años después cuando vivíamos en el Cusco.

Pá Kucho comenzó trabajando en la Universidad Nacional Técnica del Callao y la Universidad Particular Ricardo Palma. Yo para entonces, enseñaba en un colegio nacional del Rímac.

Pocos años después, el abue (tratando de mejorar nuestra economía) decidió estudiar una maestría en ESAN. Me contó Manuel, otro gran amigo suyo, que era una universidad privada con requisitos muy exigentes, un ejemplo: después de aprobar el examen de ingreso, tenía que ser a dedicación exclusiva, es decir no se podía trabajar y estudiar a la vez. Cada ciclo era eliminatorio, el que jalaba dos cursos era automáticamente retirado, sin entrega de ninguna constancia, entre otras cosas. Imagínense mis pequeños, de los 120 que ingresaron, solo pudieron terminar 80. La universidad advirtió al inicio de la maestría, que se trataba de “desarrollar la capacidad de trabajo a presión”. Y vaya si lo fue, muchos alumnos se retiraron por enfermedad (a uno le dio surmenage), otros por salir desaprobados o no poder responder a la exigencia del estudio.

Para que el abue pudiera estudiar tuvimos que acceder a un préstamo financiero del Instituto Peruano de Fomento Educativo (IPFE) pues había que pagar la mensualidad de la universidad, la pensión del cole de nuestros niños, el sustento del hogar pues con mi paga de profesora no alcanzaba. Pero sin duda tenía la universidad una calidad académica excelente y uno egresaba fortalecido y con la posibilidad de elegir la mejor alternativa de trabajo.

De las ofertas de trabajo que tuvo, eligió el de la Compañía Ferreyros en el Cusco. Tuvo que viajar. Yo seguía trabajando en Lima. Poco después papá Justo (mi padre, el bisabuelo de ustedes) quien no gustaba de la separación familiar, un día me dijo, “hija, la familia siempre debe estar unida, incluso por el bien de tus hijos”.

Así es mis amores, cuando papá te aconseja algo hay que escucharlo porque te quiere mucho y desea que tú estés bien. Así que un buen día decidimos ir todos al Cusco junto a papá.

Por cierto, allí vivimos por espacio de tres años alejados de la familia, los amigos… Estábamos tristones inicialmente porque no conocíamos el lugar ni a nadie. Puedo decir que comenzamos una aventura que tuvo sus altibajos pero en medio de todo, aprendimos a ser fuertes y a sobrevivir en un medio desconocido.

Pá nos había alquilado una casita nueva, amplia, con jardines como el que dejamos en Lima. Nos conmovió que pá Kucho se preocupó en arreglar los diferentes espacios con pequeños detalles donde descubríamos el amor que nos tenía. Recuerdo que gustaba de coleccionar guijarros raros en forma y color, cuarzo, metales, pirita, plata (en bruto), piedras lustrosas en forma de corazón, la forma de una cara, restos de cerámica que recogía en los lugares donde la empresa hacía excavaciones, vasijas artesanales en miniatura todo ello ordenado y expuesto en el estante de su estudio. En verdad que tenía un ojo “clínico” para descubrir todas esas rarezas.

El trabajo de pà Kucho consistía, entre otros, en viajar a lugares lejanos con operarios para entregar las maquinarias nuevas y/o el mantenimiento de las antiguas. Sin embargo, por muy lejos que fuera el viaje, siempre veía él la forma de regresar pronto a su hogar, incluso manejando si fuera necesario para estar cerca de los suyos. Noches había que llegaba empapado con frío porque sobre montaba los ríos como un aguerrido aventurero sin asco (cuando llueve fuerte en la sierra mis pequeños, los ríos suelen desbordarse). Él era capaz de cualquier sacrificio.

En la ciudad del Cusco, descubrimos otros espacios de convivencia familiar. Para “matar” la soledad, los domingos salíamos al campo, a nadar en los cristalinos riachuelos, a comer chicharrones en Saylla, jugar y cerrar el día con la pesca de truchas en el río Vilcanota. Mientras pá manejaba, en la ruta, íbamos cantando sin importarnos si éramos desafinados. ¡Íbamos llenos de felicidad! Pepito aprendió jergas locales en su colegio La Merced, mi Betito aprendió a caminar, a balbucear sus primeras palabras y hasta chapitas le salieron. Macolito llegó a soltar algunos agús.

Algunas tardes disfrutábamos de la tranquilidad del hogar, podíamos compartir alguna película, partidos de fútbol interesantes; o, también uno que otro juego de mesa. Sin duda, nos cuidábamos de estar bien aprovisionados de refrescos y golosinas. Para entonces nuestro angelito cusqueño vino a completar nuestra felicidad. Era heroico el trabajo de mecerlo para que concilie el sueño. Tenía el sueño tan ligero que hasta el vuelo de una mosca lo despertaba y… vuelta a mecerlo laaaargo rato. En verdad había que ser santo por la paciencia que había que desplegar. El héroe sacrificado era su hermano Pepe quien después de mecerlo por buen tiempo, cuando ya salía de puntillas para continuar viendo su serie favorita, ni bien llegaba a la sala comenzaba el berrido del bebé Macolito. El sacrificado regresaba otra vez a su labor, razón por la cual al final optamos por darle chupón porque en verdad de noche era fatal, no dormíamos bien.

El abue en ocasiones se daba tiempo para encandilarnos historias de amor de Mamamaya (su abuelita) y los cuentos que ella solía contarle cuando era niño.

En tiempos que llegaban familiares o amistades a nuestra casa a conocer Cusco, era una alegría acogerlos en nuestro hogar pues era gente nuestra porque lo cierto es que no hicimos mayor amistad en el Cusco porque tuvimos un vecino belicoso, de carácter difícil y con pocas ocasiones de confraternizar con otros. Se agrega a ello, que éramos reservados y cerrados en nuestro mundo; salvo una cusqueña simpática con quien hicimos migas de tanto vernos en la UGEL postulando a una plaza docente. Lo curioso es que ambas nunca lo conseguimos. Sin embargo, aún hoy nuestra amistad sigue vigente.

Finalmente, una madrugada del mes de enero 1978, después de casi tres años nos despedimos de Cusco para retornar a nuestro hogar en Lima.

Aquí nos reinstalarnos y comenzamos a recuperar poco a poco nuestras actividades anteriores Teníamos que preocuparnos por el cole de nuestros niños, organizarnos para ver cómo nos desplazábamos a nuestros trabajos, el cole de los chicos, en fin.

Fuimos acostumbrándonos a la nueva rutina en los distintos espacios de trabajo, movilidad, colegio, casa, etc. Siempre fuimos muy “caseros”. Es decir, nos gustaba quedarnos en casa y salir poco, motivo por el que los papis de ustedes (Pepe, Beto y Macolito) no tenían amigos en el barrio, se la pasaban haciendo las tareas del cole (les dejaban un montón) o jugaban entre ellos en el patio o en la azotea. Papá Kucho preocupado por nuestros pequeños (porque, ¿saben?, es importante que los niños tengan amigos y jueguen) Tomó una decisión. Como le gustaba el fútbol, decidió formar un equipo Estudió dos años para ser entrenador de futbol pues siempre le gustó hacer las cosas bien. Ya con el cartón de entrenador, hizo participar en forma activa a nuestros hijos en este deporte que amaba, con el equipo que fundó “REAL CARIBE”, cuyas reglas básicas para pertenecer era, no hablar lisuras, no tener desaprobados en la libreta, cuidar sus modales de comportamiento. (Les costaba trabajo en verdad porque tenían “una boquita de caramelo” los chiquillos que se sumaron al equipo). Jamás les cobró un céntimo a los padres. Entenderán que los papis estaban felices de que sus hijos pertenecieran a un club deportivo gratis y encima, sui generis, “exquisito” como decían algunos porque todo lo solventaba páKucho, desde la compra de uniformes, el tener limpio los uniformes, que no les faltaran refrescos, golosinas etc. Era algo gracioso que vinieran los padres a rogar para que recibieran a sus hijos en el equipo; por la cantidad conformada era ya difícil. Tuvimos un grupo tan numeroso que los clasificó en: mini calichines (los más pequeños, donde pertenecía Macolito,) calichines (donde participaba Betito) e infantiles (donde jugaba Pepito). El abue, feliz, no reparaba en gastos. Los nuestros participaban, Pepe, de arquero y como asesor del abue; Beto, arquero y Macolito, mediocampista. Hubo realmente “batallas” donde nuestro equipo después de partidos difíciles, obtuvo varias copas que los llenaban de orgullo y satisfacción. Con la alegría compartida Lucho los llevaba de paseo al campo o la playa. Nosotros, como familia nuclear, sus primeros hinchas, teníamos actividades compartidas en casa los FINES de semana: disfrutando no solo de los partidos de fútbol como público espectador. En las tardes de los fines de semana, éramos anfitriones de nuestros jugadores quienes se reunían en la sala donde no faltaban los bocaditos, dulces, helados y gaseosas, un pecado de “comida chatarra” ­─yo como madre─ recriminaba pero les permitía tolerante solo por esos días.

Aparte de ello, compartimos con pá Kucho también sus otras experiencias, por ejemplo, la pesca. A veces, con toda la familia paterna (abuelos, tíos y tías, primos) se salía de paseo tanto al río como al mar. Eran días de solaz pues unía a todos en un solo corazón. También nos contagió su inmenso amor por los animales, recogíamos algunos abandonados en la calle previo voto democrático y luego, tomada la decisión, lo adoptábamos. Hubo ocasiones en que Pá Kucho fungía de veterinario y como sus asistentes, nuestros hijos. Ninguno fuimos indiferentes al amor por las mascotas, siempre los tenemos hasta hoy de compañeros.

Bosques de algarrobos

Para concluir, participamos de alguna de sus aventuras en el campo en el trabajo con el Proyecto Algarrobo. El objetivo era un manejo sostenible para salvar las zonas boscosas de Algarrobo en la Costa Norte de la depredación campesina en especial el algarrobo que era vendido como la mejor leña para las parrilladas. Previo estudio del campo de trabajo se planificaba todo un proyecto (el abue era el especialista en ello y el director adjunto) conformado por todo un equipo de sociólogos, antropólogos, ingenieros industriales, agrónomos, agrarios, asistentas sociales, etc. etc. Tomaban nota de las carencias y problemas como la: escasez de agua, cómo el no saber con qué paliar el hambre, la desnutrición en los niños, entre otros. Se formó talleres con el aprendizaje de nuevas industrias artesanales, para paliar el hambre sin destrozar y dañar el medio ambiente. La idea era desterrar costumbres arraigadas por comodidad, como el que actuaran como mendigos, es decir, recibir donaciones y donaciones y vivir de él. Pá Kucho lo consideraba indigno. Por ello, su “caballito de batalla” fue erradicar ese afán de pedir donaciones y prefirió enseñarles a resolver sus problemas, de modo que les permitiera sobrevivir sin facilismos (destrozando su medio ambiente) y siempre con DIGNIDAD

Algarrobina que se elabora del algarrobo

Creó un Banco Pequeño (a ejemplo de Muhamad Yunus, Nobel de la Paz 2006, “el banquero de los pobres”) que la ONG inicialmente les facilitaba el préstamo de montos pequeños para que iniciaran su industria y conforme iban obteniendo ganancias pagaban su deuda en cómodas cuotas. El Proyecto como dije, contaba con expertos en la enseñanza de las diferentes industrias que sería medio de sustento para la población lugareña de escasos recursos económicos. Fue un proyecto de largo alcance y que duró varios años.

Algunas cosas que olvido de contar, sé que los papis de ustedes lo harán muy bien, porque lo amaron tanto como yo.

Mis pequeños, el abuelito Lucho quizá no estará más a nuestro lado pero, ¿saben?, como padre y como profesional, preparó a sus hijos y a la gente para la vida y les dio las herramientas necesarias para salir adelante. Nos dejó lecciones de vida y valores con su ejemplo que es la mejor forma de enseñanza. Su infinito cariño y amor se quedan aquí, con todos los que lo hemos amado para siempre.

Universidad Nacional Agraria La Molina. Presentación de su libro «Manual de Formulación y Evaluación de Proyectos Productivos.»

Esa es la historia del abuelito Lucho a grandes rasgos para que los nietos mayores, Leonardo, José María y Joaquín conozcan los detalles desconocidos; y Santiago y Orlando (los menores) para que sepan quién fue, cuando hablemos de él.

Un cariño inmenso para mis cinco hermosos amores.

La abuela.

CARTA PARA ORLY (II) RECORDANDO A PÁ KUCHO.

“Te llevaré conmigo hasta que volvamos a encontrarnos”

 Hola mi pequeño bebé, cuentas todavía con dos añitos pero tu papi que es tan amoroso te irá leyendo más adelante y te explicará aquello que no entiendas. Pero te digo que es mejor que te cuente ahora que  todavía tengo frescos los recuerdos. Si? 

¿Te acuerdas que nos quedamos cuando tu abuelito Lucho estaba en la primaria? Bien mi chiquitín, así como tú  creces rápido y eres cada día más listo,  igual pasó con tu abue. ¿Te das cuenta? Creció y con el tiempo  le tocó estudiar en el colegio, la secundaria y cuando ya estaba más grande, ingresó a la universidad.

Te cuento que el abuelo hizo la secundaria en la Gran Unidad Escolar Santa Isabel de Huancayo. En ese tiempo  mi querido Orly el ingreso a un buen colegio era “peleado”. Quiere decir que mucha gente se inscribía para conseguir una matrícula y era tanta demanda que superaba las vacantes existentes.  Así que había que dar examen de ingreso. Era un reto difícil pues entraban solo los aprobados, los aplazados tenían que irse a otro colegio.  

Pues, pá Kucho una vez ingresado a la Gran Unidad Escolar Santa Isabel siguió practicando  su deporte favorito: el fútbol. Se hizo tan conocido que, el entrenador del equipo San Antonio que ya había oído hablar de él, fue a verlo. Quedó enamorado de su juego, lo valiente que era para defender su arco así que lo convocó como arquero de su equipo ( claro que con el permiso de sus papis porque era un chiquillo de apenas catorce años) ¿Te Imaginas verlo tapando el arco como un soldado valiente  que defiende su muralla para no dejar pasar al enemigo? Así me lo imagino yo también porque era todo un arquerazo. Remontaba en el aire como si volara. Te adelanto que tu papi Betito en la edad del abuelito, fue reconocido también como excelente y combativo arquero. Pero … esa es otra historia que un día te contaré.

 No olvides que al abuelito Lucho también le gustaba la pesca. A los trece o catorce años, con permiso de tu bisabuela Justita, los fines de semana se iba de pesca con amigos del colegio llevando cordeles, anzuelos y atarrayas  en busca de los mejores lugares del río Mantaro o Shulcas para pescar truchas. Te diré mi angelito, que era una aventura sacrificada, pues les costaba días de frío, hambre y una inmensa paciencia. Ellos acostumbraban llevar galletas, atún y gaseosas como merienda pero, ocurría que siguiendo las curvas del río, a veces – sin querer – se internaban en algunos caseríos donde solo veían chocitas de humildes campesinos. En cierta ocasión tuvieron que pedir alojamiento y comida en una de ellas porque les cogió un chaparrón tan feo que en segundos quedaron mojaditos hasta los huesos y lo peor es que perdieron el carro que los llevaba de regreso. ¿Qué otra cosa podían hacer? ¿Te imaginas?

Mientras tanto en Huancayo,   sus familias estaban con los pelos en punta pensando que les había pasado algo terrible.  Fue uno de los peores días que tuvieron pues de regreso les cayó a los aventureros tremenda reprimenda y la sanción correspondiente que les sirvió de buena lección.

Lucho y su hobby, la pesca.

Cuando estaba a punto de terminar la secundaria, papá Kucho ya tenía idea sobre qué quería estudiar y en dónde. Este detalle “movió” a la familia pues decidieron trasladarse todos a Lima ya que los hermanos menores crecieron e igual, ya tomaban decisiones  como tu abuelito.

Según cuenta Armandito (su mejor amigo y compañero de la UNI) Se preparó en El  Instituto Matemático (con exprofesores de la ACUNI ) . Como era un excelente alumno le premiaron con beca completa. Estaba feliz bailando en un pie de puro contento. Y quién, no. ¿Verdad?

Gerardo, Armando y Lucho

Ingresó a la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) a la carrera de Ingeniería Mecánica que en esos años, – según dicen – solo ingresaban los “geniecitos”,  o sea los mejores estudiantes. Y vaya que abuelito si lo era, pues a los dos años de ingresar en la UNI, trabajó algunas horas dictando clases en la Academia para ayudar en la economía del hogar familiar lo que era muy difícil en esos tiempos, trabajar y estudiar, pues los estudios eran como en el cole, a tiempo completo, tarde y mañana y sin tiempo para otros menesteres. Pero para el abuelito nunca hubo retos imposibles que no pudiera vencer porque siempre tuvo el coraje de superar las dificultades por arriesgadas que fueran y salía airoso. Hay tantas cosas que podría que contar sobre él … . Solo rescato una que le ocurrió como estudiante universitario:  Él acostumbraba participar en las pichangas de futbol con sus compañeros en las horas libres. En una de esas jugadas, protegiendo su arco, le dieron de alma más que a la pelota, al jugador, pues le rompieron la pierna ( tuvo fractura de tibia y peroné) y ya el pobre no pudo pararse. Estuvo internado en la clínica en emergencia por

Una pichanga en la UNI

 tres semanas; luego estuvo enyesado por no sé cuántos meses en su casa. Te darás cuenta mi angelito, que solo pudo dedicarse a dos o tres cursos pues perdió muchas clases en la universidad. Para no desaprobar el año académico más por cuestión de salud, tuvo que dejar cursos pendientes  para el siguiente ciclo. Cubrió en el segundo semestre los cursos que debía sumado a los que tenía que llevar obligatoriamente en este ciclo. El desafío era muy grande por supuesto. Le costó como dicen “sangre, sudor y lágrimas”. Tuvo que sacar tiempo de donde no había, es decir, pasó malas noches, sacrificó fines de semana, no pudo trabajar ese semestre. Fue temerario sin duda pero tuvo su triunfo, pues aprobó todos los cursos. Nos decía,  “Nada es fácil, todo esfuerzo tiene buenos resultados” ¿Qué te parece? Uff!! Encima de este problema, la promoción de tu abuelito se vio “castigada” por el receso que decretó el gobierno militar de Juan Velazco Alvarado quien enfiló su “puntería” contra la UNI como “castigo” porque el movimiento estudiantil de esta institución era la más encendida de todas, la más fuerte.

Lucho, una amigo y Armando en la UNI.

Felizmente, aún con todos estos problemas, logró graduarse de Ingeniero en la rama de Ingeniería Mecánica y Eléctrica. Y con ello, como entenderás mi chiquitín, viene la tercera y última parte de la historia de tu abuelito. Tampoco quiero hacerla muy laaarga, porque no quiero que te duermas y con que sepas lo más importante, me parece suficiente. Hasta pronto mi amor.

UNA CARTA PARA ORLY (I)

Para ti, mi pequeño Orly, que no conociste a Papá Kucho. Ambos te esperábamos con mucha ilusión, pero él tuvo que viajar derechito al cielo en su Volkswagen azul.

Hace mucho tiempo, en un pueblito llamado Concepción – que tu papi te muestre dónde queda- Una tarde del 3 de junio de 1943 llegó al oído de los vecinos y de la familia, el llanto de un bebé que reclamaba lo justo para vivir: alimentación y abrigo, porque los bebitos te cuento, nacen calatitos. Hacía frío y el cielo estaba nublado, pero mamá Justa ni cuenta se daba porque estaba tan feliz que abrazó al recién nacido para darle su calor, sus ojos chinitos bailaban de alegría. Le puso por nombre Luis, todos le decían Lucho, pero nosotros lo llamamos papá Kucho.

Tu tíos abuelos, Gerardo y Lita, cuentan que desde chiquitín mostraba cualidades difíciles de encontrar hoy. Aprendía fácilmente las cosas sin que se las repitieran dos veces. Tía Lita recuerda que una vez con tía Betty tenían que aprender a tejer para un trabajo del colegio. Lo veían difícil y se desanimaron de hacerlo, entonces tu abuelito Lucho —¿puedes creerlo?— aprendió a tejer solo para enseñarles. No quería que salieran aplazadas y quería apoyarlas. Le gustaba ayudar a todos los que podía, feliz sin esperar nada pues era generoso. Aunque te diré hijo, que… eso de tejer se le olvidó con el tiempo.

Papá Kucho no era un santito. No. Uff! , tenía una rica imaginación, sus ocurrencias y hacía diabluras. ¡Imagínate! Un día después de ir al circo con su familia regresó contento con el deseo de ser un trapecista como lo había visto en el circo. ¿Qué hizo? Lo primero fue amarrar una soga entre dos árboles en la chacra y practicaba todos los días para que nada le saliera mal. Cuando creyó que ya estaba listo para presentarse, se vistió con su mejor ropa, saludó al público, trepó con agilidad hacia la cuerda preparado para los malabares y el salto mortal, ante un público curioso (sus hermanos menores) listo para aplaudirlo… y cataplún, cayó de cabeza al piso y se desmayó. Los niños asustados corrieron a pedir auxilio a una prima cercana. Tenían pena por su hermano, sin saber qué hacer y también miedo al enojo de má Justa pues no aceptaba travesuras y menos, peligrosas. Cuando llegaron donde Lucho desmayado, él se recuperó de la caída al poco rato. Tus tíos pudieron respirar más tranquilos del tremendo susto. Pero la aventura tuvo una consecuencia: rompió el pantalón nuevo de calle. Antes de que má Justa le pille, escondió el pantalón roto a toda velocidad como si fuera un mago. Pues, mira tú, zurcir el rasgado del pantalón a escondidas le costó mucho tiempo y paciencia. Nos contaba muy orgulloso cuando ya era adulto que tu bisabuela nunca lo descubrió. Pues –según él – era una obra de arte, él que en su vida había cosido nada resulta que se lució.

Papá Kucho (parte superior), con tus tíos Betty, Lita, Gerardo y la más pequeña, Elvira (sobrina)

Su familia era de condición modesta y no podían comprarle los últimos juguetes nuevos que llegaban al pueblo pero él no los extrañaba. Era inteligente y creativo para inventarse los suyos. Tenía paciencia y buen gusto porque quería que le salieran bonitos. Te doy algunos ejemplos: tallaba sus fichas de ajedrez con carretes de hilo, porque estos antes eran de madera; construía sus camiones de carga con caseta, tolva y todo, luego delineaba la carretera por donde iban a circular, con cerros, ríos, puentes y hasta con ¡derrumbes!

Tío Chico, recuerda que a sus seis o siete años el abuelito Lucho armó un bazar en la chacra, consiguió retazos de telas de un tío que era sastre, preparó su escaparate con arbustos, flores, árboles, luego los expuso para la venta con un aviso simpático “Se vende telas a buen precio y se pinta el sol”. Uhm… tenía mucha imaginación, ¿no crees?

Desde chico tenía sus aficiones, le gustaba el ajedrez, la pesca y varios deportes. Adoptó algunos animales como perro, gato, araña, caracol, pollitos y palomas entre otras cosas. Es que papá Kucho tenía un corazón tan grande y generoso para quererlos y cuidarlos. Ah, pero por encima de casi todo, estaba el fútbol. Por eso, cuando iba al estadio a ver un partido llevaba a su hermanito Chico porque no creía justo que se perdiera los encuentros importantes. Entonces, pedía por favor a un adulto que lo hiciera pasar como su hijo pequeño; al poco rato, los veías juntos disfrutando felices el partido.

Papá Kucho ( el más grandecito,), tíos Lita y Chico, con uniforme comando.

comandCierto que abuelito se divertía como tú, pero no descuidaba el estudio. No era “chancón” (que papi te explique lo que significa), podía llevar libros medio deshojados, cuadernos no tan primorosos pero así y todo él ganaba los concursos de matemáticas y casi siempre recibía la mayor cantidad de diplomas. Fíjate que tía Lita emocionada nos contó que en la clausura toda orgullosa miraba como su hermano obtenía los premios. ¡En una oportunidad sacó catorce diplomas! A tía Lita, ya le dolían sus manitas de tanto aplaudir a su hermano. Para no creerlo, ¿verdad?

Bueno mi precioso Orly, aquí nos quedamos para contarte otro día más sobre el papá Kucho. Así, vamos avanzando poco a poco. Hasta la próxima, mi amor.

Los paseos en familia

                                       “Poder disfrutar de los recuerdos de la vida es vivirlo dos veces” Marco Valerio Marcial.

Hoy, ordenando cosas en el estudio, descubrí el álbum de fotos de la familia y me “movió” el piso como suele decirse. Y como era de esperarse, afloraron los recuerdos… ¡Son tantos y tan gratos!

Lo que nos queda en la memoria y difícilmente se olvida, son aquellos paseos que uno ha disfrutado con la familia (llámese nuclear o extensiva) Pueda incluso que con el tiempo transcurrido,  la edad y las circunstancias, uno tiende a “idealizarlo” sin darse cuenta.

En plena preparación de las humitas

 Como suele ocurrir en algunas familias, hay un liderazgo abierto o discreto pero que ejerce influencia sobre el resto. En la familia de mi esposo (a la cual me integré), el eje directriz  sobre el que giraba las diferentes actividades llámese viajes, paseos, almuerzos, etc. era sin lugar a dudas, mamá Justa. Liderazgo ejercido no por ella, sino porque los demás lo consideramos tácitamente así por el gran cariño que le teníamos. De allí que su opinión nos era importante.

Cuando decidíamos ir de paseo en  familia, la inquietud comenzaba con la organización, para ver (después de discutirlo obviamente) a dónde iríamos, qué llevaríamos para almorzar, cómo nos dividíamos los grupos para realizar el trabajo de prepararlo de tal modo que saliera algo atractivo, sabroso y nos dejara satisfechos. Así pues cada hijo (a) con su familia tenía una misión específica que cumplir.  Y ojo, contando  con la aprobación o desaprobación de nuestra   única jurado que por cierto, su sentir contaba pues conocíamos de su exigencia.

Los varones preparando el horno.

Desde luego, la discusión final era cómo nos desplazaríamos para llegar al lugar, quién llevaba a quién para irnos en conjunto.

Discutido y arreglado el acuerdo final, compartíamos el almuerzo dominguero (semana previa al paseo) en casa de má Justa. El cotorreo era general. La ilusión desde luego nos mantenía agilitos y estábamos con la alegría desbordante, con la risa, las bromas a flor de labios y las anécdotas infaltables contadas en chiste por el tío Carlos ( con la chispa que le caracteriza) que provocaba la carcajada general.

Después del almuerzo disfrutado  y antes de la partida del hogar materno, mi suegra llevaba la voz apremiante para hacernos recordar lo que no debíamos olvidar la semana siguiente..

Por cierto, el horario de los hermanos, en particular, hermanas. siempre fue “especial”.  Porque uno acordaba a una hora y creo que los más cumplidos eran los varones, Betty y Lita, tenían sus horarios “particulares”. A veces cuando las llamábamos creo que seguían en pleno abrazo con Morfeo o recién bostezaban para levantarse. Y llegaban “antes que el sol les llegue al ombligo” como solía decir alguien, no recuerdo quién. Lo cierto es que se hizo costumbre y nos habituamos a ello. Era anecdótico y no nos hacíamos mala onda porque igual las queríamos.

Los primos

Pero estando ya en el lugar de paseo, la “mancha” familiar, era toda una aventura. Los niños por su lado entre primos, los varones adultos desempeñada ya su tarea, se juntaban como siempre para hablar de política  y de fútbol que eran temas de largo debate. Las mamás todas laboriosas a preparar los menjurjes (sobre todo si era pachamanca), para tenerlo listo para el horno: También con ojo avizor sobre los niños para que nadie se mate  y cuidando las cosas que dejaban los niños regados por ahí.

El regreso era otro cantar. Todos cooperaban. Chequear a los niños así como las cosas llevadas y la ropa de los niños. Cierto que en ocasiones regresábamos agotados pero felices  Y cuando el tiempo lo permitía solíamos llegar en alguno de los hogares y departíamos entretenidos largamente para cerrar la reunión con una cena más ligera. ¡Cómo pasa el tiempo y los recuerdos quedan! Los niños de entonces hoy  (la mayoría) son padres o madres de familia.           

Para que los momentos en familia sean simpáticos debemos tener todos la mejor actitud de disfrutar el momento que se está viviendo, ser espontáneos y abiertos a la idea cooperante, Es decir, poner todos el hombro.

La «mancha» familiar: abuelos, tíos, tías y los pequeños.

La idea básica  es identificarnos con esos  momentos del día  que pueden convertirse en inolvidables pues – parece mentira- pero a veces se quedan guardados en el corazón. Probablemente no recordemos todo en detalle los pormenores vividos  pero al menos habremos captado  los mejores momentos compartidos que nos permitirán evocar incluso a nuestros seres queridos que ya partieron. Agreguemos, que estos paseos fortalecen en la familia el vínculo que nos une. Y tal vez para la nueva generación, que serían los bisnietos  se construirá  un puente con el  pasado  de una manera tangible y accesible que harán que los recuerdos les sean más reales…

 ¿Y tú? ¿Me cuentas algún recuerdo de familia? Te espero.

Recordando a pá’ Lucho.

 “Quédate en mi memoria/ Y en mis recuerdos, quédate allí,/ Donde nadie te toque/ Donde cada vez que te busque/ Pueda encontrarte”.

Te conocí una mañana de un sábado de 1963 cuando era mi último año de secundaria y tú te preparabas para ingresar a la UNI. Éramos entonces un grupo de estudiantes, unos de colegio y otros pre universitarios, alborotados por la novedad de nuestra primera salida compartida.  Cuando los amigos fueron a tu encuentro, te acercaste para disculparte porque no podías acompañarnos ya que ese día operaban a tu madre. Además, te permitirían ver toda la operación pues era tu tío, eminente cirujano, quien la operaría.

Tu rostro serio, preocupado, dolido por las circunstancias difíciles del momento, fue uno de los primeros detalles en que entonces reparé.  Desde aquella primera vez, pocas veces tuvimos oportunidad de vernos y, si hubo algún encuentro, fue esporádico y siempre en grupo pues no éramos amigos. A diferencia de los otros muchachos, palomillas, bromistas, abiertos, comunicativos; tú eras distinto, más serio, reservado, algo tímido y abocado por entero a los estudios. Algunos de tus compañeros reconocían tu liderazgo pues eras el “genio” del grupo (no solo por las notas obtenidas en la academia, sino por la facilidad de resolver los problemas matemáticos) que se presentaría al igual que ellos a la facultad de Ingeniería Mecánica (la más “tranca” según decían) de la Universidad Nacional de Ingeniería.

Por esas cosas raras de la vida, tú y yo empezamos a tener un mayor trato cuando el grupo de entonces se desintegró – aunque no del todo- por el hecho de estudiar en distintas universidades, distintas carreras, afinidades… Disfrutábamos con los amigos de esa etapa de la conversa compartida, bromas, juegos de mesa etc. Recuerdo una donde nos dejaste “mudos” por tu veloz razonamiento matemático en un truco con casino que me habían enseñado, y a la sazón yo lo repetía mecánicamente, sin mayores ambiciones de descubrir dónde radicaba el secreto. Pero a ti mi querido Lucho, nunca se te escapaba una. Eras bastante agudo en tus observaciones, buscabas el meollo del asunto y ¡vaya que si los  descubrías! En verdad, nos sorprendías. Tenías una facilidad de concatenar hechos, buscar causas, formatear esquemas en un tris tras.

Debo reconocer que eras algo orgulloso pero sencillo. Sencillo y digno, entendiendo dignidad como el respeto hacia uno mismo y ganarse el respeto de los otros. Sencillez en ti no implicaba necesariamente humildad, ni el ser manejado o faltado por otros. Jamás. Nunca bajaste la cabeza ni ante los que tenían el poder. Sabías imponer tu punto de vista con fundamento y se respetaba tu palabra. Y había gente que te reconocía sin mezquindad, te ganabas incluso su admiración y cariño. Eso era la otra cualidad admirable. Sencillo pero no jactancioso como otros que apenas saben alguna que otra cosa pequeña y se creen “descubridores de la pólvora”.

Transcurrido los años, ya casados, tu amor fue un hermoso regalo que cada día me permitía descubrir nuevas facetas que serían largo de enumerar. Como toda pareja que comienza una etapa nueva nos adaptamos gradualmente uno al otro. Y lo que aprendimos fue rescatar lo mejor del uno y del otro e incorporarlo a nuestras vidas.  Fue lo que llevó a buen puerto nuestra unión pues fuimos eternos enamorados. Aprendimos a conversar las cosas, discutirlas para de común acuerdo, tomar una decisión. Reinó el amor sí, pero con respeto del tiempo ajeno. Tratamos de ser equitativos para no “cargar” solo al otro, que eso no es cariño sino abuso de la bondad ajena. He tenido defectos y los tengo pues no soy perfecta, pero ¡cuántas cosas bonitas aprendí de ti! Y nos la decíamos ambos con honestidad, sin herirnos, reflexionando, pensando. Tenías la delicadeza de decírmelo con paciencia, tino y apelando al razonamiento. Efectivamente, cuando hay verdadero cariño, uno cambia. No por él ni por ella, sino porque uno repara que la observación es justa y razonable. Vivo agradecida porque tu amor fue el mejor regalo que la vida me otorgó.

Guardo en la memoria infinidad de recuerdos, no obstante, anoto solo algunas a modo de semblanza:

Cuando nos regresábamos definitivamente del Cusco hacia Lima, después de una estadía de casi tres años, ¿recuerdas? Por ese entonces había problemas en la carretera por las lluvias y demás y, dado que el tiempo nos apremiaba, tomaste la decisión de partir por otra ruta que conocías en tus recorridos de trabajo en la Cia. Ferreyros. A bordo del escarabajo azul ( Volkswagen)  superamos ríos como si nada. Siempre precavido, antes de cruzarlos, evaluabas la distancia, el fondo del mismo, el cruce de los otros autos, etc. Nada era dado a la aventura. Aún recuerdo a mi Pepe entonces pequeño, que decía “ala…estamos en un submarino, ¡debajo del río!”. Y en otra, ¿para cruzar una pista media fangosa? Te bajabas, medías con mirada escrutadora y palos gruesos que buscabas en el camino, colocabas piedras para las primeras huellas, y cuando nos cruzabas hacia la otra orilla, ¡Impecable! Cruzábamos limpio, de corrido, sin atascos, siguiendo firme a una huella imaginaria que habías planificado.  Una vez ya en la otra ribera, te bajabas satisfecho a mirar el trayecto realizado. Lo irónico fue que tras tuyo, al ver tu éxito, se lanzó un jeep sin más detalle que eso (un mejor carro, obviamente), y ¡zas! se quedaba medio hundido en medio del camino sin poder salir, ni arrancar. ¿Qué tal?

Y aquella otra, cuando nos plantamos en pleno “desierto”, saliendo de Tacna hacia Arequipa, donde supuestamente llegaríamos “de sobra” para la hora de almuerzo. En esa oportunidad, por más que levantábamos la mano buscando apoyo, ¡nadie lo hizo! Entonces, como siempre, guardando serenidad y en prueba una vez más de tu ingenio, empezabas a buscar alambres, cuerdas, ¡qué sé yo! Y una vez más, como era habitual, nos sacabas del apuro. Seguimos avanzando hasta que llegamos a una cumbre. Ahí…se plantó. No te quedó otra que bajar con motor apagado, (mientras yo me encomendaba a Dios), bajaste toda la curva con puño firme y mirada atenta hasta el final, un poco más y ahí… si se quedó para no arrancar más. Negrito, ¿qué “aventuras” no habremos pasado? Nuestros pequeños lo extrañaban. Solían preguntar, ¿cuándo corremos otra aventurita?

Y ¿qué puedo decir de tu corazón generoso y humanitario? Tenías una paciencia infinita sin importar el trabajo que representara para ayudar a otros, así sean personas o animalitos, como un pollito a quien, cuando se rompió la patita, le pusiste su patita “ortopédica” de madera; al pichón caído y abandonado por sus padres, le dabas en gotero el agua y con pinza su comida, grano por grano. Y suturabas una herida a nuestro gato, herido sabe Dios por quién. Compraste todos los materiales necesarios (previa consulta a un amigo cirujano, porque no encontrábamos veterinario por ningún lado) y con la ayuda de tus hijos como asistentes, lo hiciste de manera magistral. Y ¿aquella otra cuando curaste a Julita, mi prima a quien se le había incrustado en la uña (esos accidentes raros) parte de un fideo tallarín? O aquella otra cuando Miff, su propia mascota mordió a Pepe y le dejó con la piel colgando de la mejilla derecha? Dijiste “ si lo llevó a emergencia, es probable que lo suturen sin asco y va  a quedar marcado”. Y, una vez más, mismo cirujano, lo hiciste con una maestría y arte, digna de un experto, al punto que no quedó huella (muy ligera si lo observas con detenimiento) notoria. En fin. Si hago memoria de todo, la lista sería interminable.

Creo que ello explica el llanto sincero de muchos de los que fueron a darte la última despedida. Aquellos tenían algún recuerdo grato que agradecerte o anécdota simpática compartida. Imposible creer que habías partido, si hasta el último momento “sacabas pechito” de contento porque habías sido elegido dentro del grupo de candidatos, como “Profesor Extraordinario” habiéndote ya jubilado y sin haberlo solicitado siquiera. Te convocaron para que siguieras dictando cátedra en la universidad de tu larga trayectoria académica. Lo hiciste incluso contra la voluntad de la familia, porque queríamos ya que tomaras vacaciones atrasadas, descansaras y te relajaras de toda preocupación. Pero como amabas lo que hacías te entregaste por entero y te lanzaste al ruedo nuevamente.

un recuerdoComo suele hacerme reconocer mi amiga Yolanda García –gran amiga-, en realidad te digo “amor, no estás ausente. Te tengo “vivo” en cada expresión, gesto o actitud de mis pequeños, hoy convertidos en hombres adultos. Maravillosos hijos de los cuales siempre nos hemos sentido orgullosos. Son nuestro mejor tesoro. ¿Verdad que sí?”

Así te recordamos pá Lucho: padre y esposo ejemplar, hombre hidalgo, de pensamiento crítico, con espíritu de sacrificio por tu familia, tus sueños y esperanzas; guerrero indesmayable. No obstante tu partida sigues siendo un vivo ejemplo para nosotros, pervivirás por siempre en nuestros corazones, en nosotros y con nosotros..

 

¿AYUDAN LAS EXPERIENCIAS?

“La vida es muy diferente a la escuela. En la escuela primero aprendes la lección y luego te ponen la prueba. En la vida te ponen la prueba y luego aprendes la lección.”

Por experiencia entendemos la participación activa, vivida o sentida en hechos o acontecimientos que suceden en la vida cotidiana. Cuando tomamos conciencia de ello reflexionamos, lo que conlleva a que nuestras vivencias se  conviertan con el tiempo en experiencia. A través de nuestra vida guardamos en nuestra memoria experiencias de diferente índole lo que permite conocernos mejor.

Hay experiencias de vida aprendidas en el hogar, en el entorno familiar; en el trabajo, en las relaciones sociales, vida académica, etc., que viene aunada a la experiencia emocional (guardada en la memoria como recuerdo) múltiple y enriquecedora. La asociación de recuerdos aparece después, en un momento determinado, afectándonos positiva o negativamente. Lo cierto es que en la memoria se conservan, en gran medida, las emocionales.

experiencia3 Éstas, igualmente, juegan un papel importante porque actúan como un medio de comunicación (a la comunicación verbal, por lo general, le agregamos expresiones del rostro, el tono de voz y los gestos corporales) que reflejan nuestro mundo interno, cómo vivimos nuestro “yo” interior (con todo lo que sucede alrededor nuestro) e incluso, permite que entendamos parte de nuestra conducta. Hasta la emoción negativa redime su beneficio; se sabe que emplea parte de nuestra energía para descubrir nuestra potencialidad y toma las precauciones del caso, para prevenir o crear algo a partir de su aparición. No obstante, nuestra memoria es selectiva, “graba” solo lo que tiene real significado y puede hacernos variar la forma de ver el mundo al tomar decisiones o afrontar los conflictos en los momentos más críticos.

Por ejemplo, si nos circunscribimos a la familia nos quedan lecciones de experiencia que pueden perdurar toda la vida o no. Pueden ser buenas o …malas, pero que aprendidas de nuestros padres, suelen asumirse como “buenas” inconscientemente. Por señalar algunos breves ejemplos:

experiencia4Si la familia es muy religiosa, se le quedará a alguno de los hijos la costumbre de serlo; o, caso contrario, puede ocurrir que lo rechace.

Si los padres, por más discursos que den sobre puntualidad, no lo son, será el ejemplo que quede; así como también, si un padre suele ser violento, agrede físicamente a su familia. Un hijo (a) aprende de lo que ve y más, si esta experiencia si es repetitiva.

Por otro lado, toda otra experiencia fuera del hogar, de carácter social o académica, también es variada. Señalo una (opinión personal), una mayor exigencia académica obliga al alumno a dar lo mejor de sí, por lo tanto, al final genera un mejor “producto”. Además, es una experiencia útil para toda la vida.

En general, la idea es entender por qué algunas veces, uno tiene “ciertas” reacciones o costumbres “inexplicables”, pero si madura y racionaliza las cosas, descubrirá la causa.

Lo rescatable de las experiencias, es que hay personas que no obstante haber sufrido una serie de vicisitudes que les hizo la vida más difícil para unos que para otros, supieron salir adelante pues éstas sacaron lo sobresaliente de ellos, los fortalecieron, porque lo vivido enseña. Las experiencias son lecciones que quedan “archivadas” en nuestro subconsciente pero no olvidadas. Ahora bien, mucho depende de cómo una (o) lo asuma en el tiempo.

Puede llegar el momento en que aflore cuando le toque ser padre  o madre y repita, inconscientemente, los “patrones”  de conducta recibidos en la infancia (Análisis Transaccional)°. En algunos que fueron tratados con dureza en su infancia por padres o parientes les puede suscitar un rencor o resentimiento; en otro, al contrario, pueda que el dolor los humanice más en el tiempo y les ayude a comprender mejor a los demás. Las experiencias vividas se reflejan como un cristal de color a través del cual vemos el mundo. Algunas experiencias nos hacen ver a través de un lente oscuro, otras, en cambio, a través de uno claro y lleno de luz. Toca a nosotros quitar el cristal que distorsiona y afecta nuestra forma de “mirar” el mundo y de reaccionar.

. experiencia5Por último, uno debe ser consciente de las circunstancias que hemos pasado, y esto es lo más importante, asumirlas con madurez, racionalidad, y tomar la decisión más sana.  Porque está demostrado que cuando uno vive “cargado” de dolor y resentimiento, el único afectado en el tiempo, es uno mismo, pues no vive feliz. Cualquier emoción que se nos prolonga, es porque está siendo «alimentada» por nuestros pensamientos. ¿Habían reparado? Entonces, mejor evitar ese tipo de pensamientos que lejos de ayudar, al final, enferman Hoy tenemos que apreciar  las cosas de forma diferente porque somos adultos, más fuertes, capaces, más razonables. Recuerda que todo pensamiento que mantiene una emoción ingrata, dañina e innecesaria, es errónea y es necesario modificarla.

Y ahora que estamos pasando las circunstancias difíciles de la pandemia del corona virus (una nueva experiencia), ¿qué lecciones nos aportará?

¿Crees que cambiaremos en alguna medida?

Recordando a pá’ Lucho.

 “Nunca quise un príncipe azul, siempre soñé con un guerrero como tú con quien lucháramos juntos por la vida y por nuestros sueños”.

Te conocí una mañana de un sábado de 1963 cuando era mi último año de secundaria y tú te preparabas para ingresar a la UNI. Éramos entonces un grupo de estudiantes, unos de colegio y otros preuniversitarios, alborotados por la novedad de nuestra primera salida compartida.  Cuando los amigos fueron a tu encuentro, te acercaste para disculparte porque no podías acompañarnos ya que ese día operaban a tu madre. Además, te permitirían ver toda la operación pues era tu tío, eminente cirujano, quien la operaría.

Tu rostro serio, preocupado, dolido por las circunstancias difíciles del momento, fue uno de los primeros detalles en que entonces reparé.  Desde aquella primera vez, pocas veces tuvimos oportunidad de vernos y, si hubo algún encuentro, fue esporádico y siempre en grupo pues no éramos amigos. A diferencia de los otros muchachos, palomillas, bromistas, abiertos, comunicativos; tú eras distinto, más serio, reservado, algo tímido y abocado por entero a los estudios. Algunos de tus compañeros reconocían tu liderazgo pues eras el “genio” del grupo (no solo por las notas obtenidas en la academia, sino por la facilidad de resolver los problemas matemáticos) que se presentaría al igual que ellos a la facultad de Ingeniería Mecánica (la más “tranca” según decían) de la Universidad Nacional de Ingeniería.

Por esas cosas raras de la vida, tú y yo empezamos a tener un mayor trato cuando el grupo de entonces se desintegró – aunque no del todo- por el hecho de estudiar en distintas universidades, distintas carreras, afinidades… Disfrutábamos con los amigos de esa etapa de la conversa compartida, bromas, juegos de mesa etc. Recuerdo una donde nos dejaste “mudos” por tu veloz razonamiento matemático en un truco con casino que me habían enseñado, y a la sazón yo lo repetía mecánicamente, sin mayores ambiciones de descubrir dónde radicaba el secreto. Pero a ti mi querido Lucho, nunca se te escapaba una. Eras bastante agudo en tus observaciones, buscabas el meollo del asunto y ¡vaya que si los  descubrías! En verdad, nos sorprendías. Tenías una facilidad de concatenar hechos, buscar causas, formatear esquemas en un tris tras.

Debo reconocer que eras algo orgulloso pero sencillo. Sencillo y digno, entendiendo dignidad como el respeto hacia uno mismo y ganarse el respeto de los otros. Sencillez en ti no implicaba necesariamente humildad, ni el ser manejado o faltado por otros. Jamás. Nunca bajaste la cabeza ni ante los que tenían el poder. Sabías imponer tu punto de vista con fundamento y se respetaba tu palabra. Y había gente que te reconocía sin mezquindad, te ganabas incluso su admiración y cariño. Eso era la otra cualidad admirable. Sencillo pero no jactancioso como otros que apenas saben alguna que otra cosa pequeña y se creen “descubridores de la pólvora”.

Transcurrido los años, ya casados, tu amor fue un hermoso regalo que cada día me permitía descubrir nuevas facetas que serían largo de enumerar. Como toda pareja que comienza una etapa nueva nos adaptamos gradualmente uno al otro. Y lo que aprendimos fue rescatar lo mejor del uno y del otro e incorporarlo a nuestras vidas.  Fue lo que llevó a buen puerto nuestra unión pues fuimos eternos enamorados. Aprendimos a conversar las cosas, discutirlas para de común acuerdo, tomar una decisión. Reinó el amor sí, pero con respeto del tiempo ajeno. Tratamos de ser equitativos para no “cargar” solo al otro, que eso no es cariño sino abuso de la bondad ajena. He tenido defectos y los tengo pues no soy perfecta, pero ¡cuántas cosas bonitas aprendí de ti! Y nos la decíamos ambos con honestidad, sin herirnos, reflexionando, pensando. Tenías la delicadeza de decírmelo con paciencia, tino y apelando al razonamiento. Efectivamente, cuando hay verdadero cariño, uno cambia. No por él ni por ella, sino porque uno repara que la observación es justa y razonable. Vivo agradecida porque tu amor fue el mejor regalo que la vida me otorgó.

Guardo en la memoria infinidad de recuerdos, no obstante, anoto solo algunas a modo de semblanza:

Cuando nos regresábamos definitivamente del Cusco hacia Lima, después de una estadía de casi tres años, ¿recuerdas? Por ese entonces había problemas en la carretera por las lluvias y demás y, dado que el tiempo nos apremiaba, tomaste la decisión de partir por otra ruta que conocías en tus recorridos de trabajo en la Cia. Ferreyros. A bordo del escarabajo azul ( Volkswagen)  superamos ríos como si nada. Siempre precavido, antes de cruzarlos, evaluabas la distancia, el fondo del mismo, el cruce de los otros autos, etc. Nada era dado a la aventura. Aún recuerdo a mi Pepe entonces pequeño, que decía “ala…estamos en un submarino, ¡debajo del río!”. Y en otra, ¿para cruzar una pista media fangosa? Te bajabas, medías con mirada escrutadora y palos gruesos que buscabas en el camino, colocabas piedras para las primeras huellas, y cuando nos cruzabas hacia la otra orilla, ¡Impecable! Cruzábamos limpio, de corrido, sin atascos, siguiendo firme a una huella imaginaria que habías planificado.  Una vez ya en la otra ribera, te bajabas satisfecho a mirar el trayecto realizado. Lo irónico fue que tras tuyo, al ver tu éxito, se lanzó un jeep sin más detalle que eso (un mejor carro, obviamente), y ¡zas! se quedaba medio hundido en medio del camino sin poder salir, ni arrancar. ¿Qué tal?

Y aquella otra, cuando nos plantamos en pleno “desierto”, saliendo de Tacna hacia Arequipa, donde supuestamente llegaríamos “de sobra” para la hora de almuerzo. En esa oportunidad, por más que levantábamos la mano buscando apoyo, ¡nadie lo hizo! Entonces, como siempre, guardando serenidad y en prueba una vez más de tu ingenio, empezabas a buscar alambres, cuerdas, ¡qué sé yo! Y una vez más, como era habitual, nos sacabas del apuro. Seguimos avanzando hasta que llegamos a una cumbre. Ahí…se plantó. No te quedó otra que bajar con motor apagado, (mientras yo me encomendaba a Dios), bajaste toda la curva con puño firme y mirada atenta hasta el final, un poco más y ahí… si se quedó para no arrancar más. Negrito, ¿qué “aventuras” no habremos pasado? Nuestros pequeños lo extrañaban. Solían preguntar, ¿cuándo corremos otra aventurita?

Y ¿qué puedo decir de tu corazón generoso y humanitario? Tenías una paciencia infinita sin importar el trabajo que representara para ayudar a otros, así sean personas o animalitos, como un pollito a quien, cuando se rompió la patita, le pusiste su patita “ortopédica” de madera; al pichón caído y abandonado por sus padres, le dabas en gotero el agua y con pinza su comida, grano por grano. Y suturabas una herida a nuestro gato, herido sabe Dios por quién. Compraste todos los materiales necesarios (previa consulta a un amigo cirujano, porque no encontrábamos veterinario por ningún lado) y con la ayuda de tus hijos como asistentes, lo hiciste de manera magistral. Y ¿aquella otra cuando curaste a Julita, mi prima a quien se le había incrustado en la uña (esos accidentes raros) parte de un fideo tallarín? O aquella otra cuando Miff, su propia mascota mordió a Pepe y le dejó con la piel colgando de la mejilla derecha? Dijiste “ si lo llevó a emergencia, es probable que lo suturen sin asco y va  a quedar marcado”. Y, una vez más, mismo cirujano, lo hiciste con una maestría y arte, digna de un experto, al punto que no quedó huella (muy ligera si lo observas con detenimiento) notoria. En fin. Si hago memoria de todo, la lista sería interminable.

Creo que ello explica el llanto sincero de muchos de los que fueron a darte la última despedida. Aquellos tenían algún recuerdo grato que agradecerte o anécdota simpática compartida. Imposible creer que habías partido, si hasta el último momento “sacabas pechito” de contento porque habías sido elegido dentro del grupo de candidatos, como “Profesor Extraordinario” habiéndote ya jubilado y sin haberlo solicitado siquiera. Te convocaron para que siguieras dictando cátedra en la universidad de tu larga trayectoria académica. Lo hiciste incluso contra la voluntad de la familia, porque queríamos ya que tomaras vacaciones atrasadas, descansaras y te relajaras de toda preocupación. Pero como amabas lo que hacías te entregaste por entero y te lanzaste al ruedo nuevamente.

Como suele hacerme reconocer mi amiga Yolanda García –gran amiga-, en realidad te digo “amor, no estás ausente. Te tengo “vivo” en cada expresión, gesto o actitud de mis pequeños, hoy convertidos en hombres adultos. Maravillosos hijos de los cuales siempre nos hemos sentido orgullosos. Son nuestro mejor tesoro. ¿Verdad que sí?”

Así te recordamos pá Lucho: padre y esposo ejemplar, hombre hidalgo, de pensamiento crítico, con espíritu de sacrificio por tu familia, tus sueños y esperanzas; guerrero indesmayable. No obstante tu partida sigues siendo un vivo ejemplo para nosotros, pervivirás por siempre en nuestros corazones, en nosotros y con nosotros..

 

 

Una pena compartida, es “media” pena.

“La familia es una de las obras maestras de la naturaleza.” George Santayana

Hace mucho tiempo cuando Lucho, mi esposo, viajó a Iowa por razones de estudio, quedamos a la espera de su regreso, mis tres hijos y yo. Desde luego que la ausencia de uno de los miembros de la familia siempre afecta a la familia. Y aunque él se preocupaba de llamarnos por teléfono constantemente, no era como tenerlo presente siendo él “quien siempre resolvía todos los problemas”. Así es que fue un aprendizaje forzado y algo difícil hacer la función de los dos, en casa. Y más aún, cuando la “mano dura” en la familia, la que imponía la disciplina era yo y, entiendo que eso también afectaría doblemente a mis pequeños.

En medio de esta situación rememoro el gesto simpático y amable de mis cuñados, Lita, Carlos y Gerardo. Nos recogieron de casa para salir a la casa de uno de ellos, en una o dos oportunidades, para aliviar en algo nuestra pena y distraernos. Aún recuerdo que mientras los niños jugaban con sus primos, los adultos conversábamos de múltiples temas, “arreglando el mundo” como suelo decir. Habitualmente, luego de una conversa breve, los varones se juntaban y hablaban de fútbol (suelen ser discusiones largas y entusiastas), de política y demás, mientras las mujeres nos juntábamos en la cocina a preparar el almuerzo del día, en tanto intercambiábamos recetas, hablábamos de los hijos, del cole de los niños, la casa, entre otros. Como suele decirse, “cosas de mujeres”.

frases-sobre-familiaLo cierto es que un día, en otra reunión con los cuñados de siempre, contra nuestra costumbre rutinaria, rompimos esquema. La conversa “intergénero” no se dividió en grupos como otras veces. Seguimos charlando y brindando con un “salud, por Lucho, nuestro hermano que se encuentra lejos”, y a cada ¡salud, por Lucho!, recordábamos al ausente en sus diferentes facetas; y, como todos lo queremos, pues.. las anécdotas eran disfrutadas con largueza. ¿Se imaginan? Y cada ¡salud!, desde luego, era brindada con un vaso de cerveza, mientras los enanos disfrutaban de los momentos compartidos con sus primos, por los diferentes lugares de la casa.

¿Efecto de la cerveza? Tía Lita, tía María y yo conversábamos sobre lo cotidiano doméstico y mil temas que no nos faltan a las mujeres, pero compartida con una alegría notoriamente más entusiasta que otras veces. Y seguían pasando las horas, hasta que nos dimos cuenta que iba a ser imposible acelerar la preparación del almuerzo, ni siendo “magas”. Y eso, que a veces cuando estamos con las “pilas recargadas” podemos hacer maravillas las mujeres. ¿Me equivoco?

Lo cierto es que llegó un momento en que nos dimos cuenta que el tiempo había “volado” totalmente. Estaba tan amena la charla que nos costaba separarnos. Esta vez – por primera- las mujeres nos negamos a dejarla. Nos preguntamos, ¿Por qué siempre tenemos que ir “corriendo” a cocinar? Estábamos cotorras como nunca. De modo que, frente a la situación, después de un breve acuerdo entre nosotras, tía Lita llevó la voz protagónica y, como representante nuestra, dijo, ”Lo sentimos, chicos, esta vez cocinan ustedes, compran el almuerzo o vean cómo resuelven el problema. Nosotras NO cocinamos.” Los varones se quedaron sorprendidos, se miraron entre ellos, intercambiaron opiniones, nos observaron con curiosidad y sin cuestionarnos, con tranquilidad y amabilidad, decidieron comprar el almuerzo. Al parecer, fue el comienzo de un “giro” en nuestras viejas costumbres. Gracias al recuerdo y la ausencia de Lucho, hermano y esposo, y a una pena compartida, comenzó nuestra primera reacción de rebeldía femenina frente a la cotidianidad doméstica. Felizmente, sin temor a equivocarme, que no tenemos en la familia, esos viejos “machos recalcitrantes”, que como se darán cuenta, con el tiempo, ya pasaron a la historia.

La sabiduría popular dice: “Una alegría compartida es doble alegría y una pena compartida es media pena“. Cierto. Cuando hay una pena, se siente un vacío inmenso y una soledad absoluta no obstante tener compañía alrededor. Pero cuando aparece una expresión “protectora” de parte de la familia, porque nos une los mismos afectos, sentimientos, la cercanía de experiencias participadas directa o indirectamente. ¿Cómo no sentir alivio en nuestra pena y además, sentirse “acompañada”, porque conocemos que nuestra tristeza es compartida con personas que también quieren a nuestro amado ausente? Recuerdo como si fuera ayer ese momento y muchos momentos más, vividos con mis cuñados. Doy gracias a la vida, por ser parte de mi entorno familiar.

chico2Cito una reflexión de una charla religiosa, “Las adversidades están creadas, por el Universo o por nosotros mismos, para que nos superemos y nos fortalezcamos: Si no existieran, no creceríamos; nos estancaríamos en un hedonismo sostenido. Gracias a ellas, generamos nuevos recursos, capacidades, relaciones, hábitos, etc.”

Y, concluyo,  si están sostenidas con el apoyo y calor familiar o amical, mejor que mejor. Porque sin ése apoyo es seguro afirmar que no estaríamos donde estamos hoy. La familia nuclear y extensiva, así como los grandes amigos, son aspectos importantes en nuestras vidas. Sin ellos sería mucho más difícil y mucho menos alegre. Benditos sean.

 

Hola, Juanita

Vivir la vida y aceptar el reto,
Recuperar la risa,
Ensayar un canto,
Bajar la guardia y extender las manos
Desplegar las alas
E intentar de nuevo,
Celebrar la vida y retomar los cielos.”

 “No te rindas”, Mario Benedetti

Hoy me enteré que te encuentras delicada de salud y que guardas reposo por el momento. Necesito decirte tantas cosas, recordar otras, aquellas que la pasábamos divertidas en el taller de Tertulia – en particular- cuando no estaba la “jefa”, pues, como a niñitas malcriadas, en ocasiones, nos hacía el alto, pues le gustaba que guardáramos silencio y no le parecía que riéramos por nuestra cuenta. ¿Te acuerdas? O…cuando alguno de nuestros compañeros, decía alguna frase suelta, y sobre eso, hacíamos alguna chacota graciosa, que solo nosotras nos entendíamos y nos reíamos a carcajadas, felices, relajadas ¿Sí?. Hasta que al final, en la última reunión definitiva, recién elevamos nuestra voz de protesta con la “Jefa”, cuando una vez más nos quería silenciar, amistad1comenzando Ruth y le seguimos algunas, -no sé si reparaste porque estabas en el otro lado de la mesa- aclarando que era bueno que nos dejara en libertad de disfrutar de la buena conversa, porque no estábamos “faltando” a nadie. Parece que recién cayó en cuenta de ello…y nos dejó por fin, hacerlo.
Mi querida Juanita, amiga, te ganaste nuestra simpatía y cariño por compartirnos tus sabrosas anécdotas de infancia que ponía el toque de alegría en nuestras reuniones tertulianas. Una, por ejemplo, cuando jugabas fútbol de volante o arquero, con tus primos; jugabas a las canicas, trepabas árboles dejando de lado el temor. Eras inquieta, palomilla, no le hacías quecos a los juegos varoniles y jugabas de igual a igual. Supongo, para esos tiempos, escandalizabas a algunos de tus vecinos pacatos. ¿Me equivoco? Traviesa, ingeniosa, ocurrente, lectora empedernida pero con un inmenso corazón. Siempre pintaste como la más generosa de todo el grupo – y lo saben las que, como yo, te conocen- siempre nos brindaste tu casa con amor y desprendimiento. Incluso la nueva de hoy, con todo lo que hay, entregándonos el alma y tu sana alegría y que Mario tu esposo, asumo que por amor a ti, nos aceptaba sin empacho alguno. Nos tocó el alma cuando nos contaste la historia del lorito que tenías en casa, cuando eras pequeña, y que le decía “mamá” a una pata que la cobijaba bajo sus alas, para darle calor cuando requería descansar. Y que un buen día, cuando llegó un pariente tuyo, tu mamá decidió cocinarla en aras del invitado y tú te negaste a comer ese día, pues te podías haber atragantado de dolor (igual que mis hijos, que me hicieron huelga de hambre cuando sacrificamos al gallo que ellos habían criado desde pollito). Y el pobre lorito huérfano la buscaba días y días, llamándola por todos lados. Al no encontrar más a su “mamá, pata”, finalmente, se murió.
amistad2Aflora a mi memoria otro recuerdo, cuando creo que el tema de discusión – hablábamos de tantas cosas en la Tertulia, que los temas se hacían interminables. Nos quedábamos hasta tan tarde, que ya el pobre vigilante “tosía” para hacernos reparar que debíamos irnos- ese día era sobre la muerte. En una de tus prácticas , cuando estudiabas en la Universidad Cayetano Heredia, estabas con una amiga en la morgue, no recuerdo con precisión para qué, en la sala donde habían algunos muertos recientes. Lo cierto es que cuando se detuvieron cerca de uno de los difuntos, tu amiga rozó a uno, de pronto vieron, que el muerto se erguía como para sentarse. Aterrorizadas, mudas, se agacharon hacia el suelo y notaste clarito cómo se les erizaba la piel. Por suerte, entró el doctor que les había enviado a esa misión, las notó tan asustadas que las tranquilizó explicándoles, que a veces, suele suceder por no recuerdo qué razones. Uff! Hay tantas otras historias más que Mario –esposo de Rosita-,  las recogió en un cuento suyo.
La tertulia reunió a un grupo pequeño, pero “exquisito” como solía decir Rosita, porque había afinidades que nos unían. Muchos nuevos llegaban pero pronto se iban mas “los antiguos” nos fuimos quedando, e indirectamente, fuimos cultivando una muy grata amistad que aun hoy – desaparecido el taller – nos une. Imposible olvidarlos, lo reconozco agradecida porque estuvieron, Mario, Rosita, Jorge, Lucho, Jaime, Mery, tú Juanita, Leticia, Ruth y Alicia, en los momentos más importantes de mi vida: en el fallecimiento de mi padre y en las presentaciones literarias de mis dos hijos, José Luis y Miguel Ángel.

Amiga de mi corazón, no quiero, no puedo, no debo tener tristeza porque los sentimientos negativos no ayudan. Estoy tranquila porque te conozco, eres una damita fuerte, guapa y aguerrida, pronto te recuperarás, y estaremos cotorreando como solemos hacerlo.  ¿Oyes? Siente el latir de nuestros corazones, al contacto del fuerte abrazo de todos y cada uno, porque TODOS te queremos. Es nuestra vibra de energía positiva, para verte recuperada pronto, con la sonrisa de oreja a oreja y, en esos ojos negros hermosos, brillar de nuevo la luz.

Hasta pronto.

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LA  GRATITUD

“Siempre hay que encontrar el tiempo para agradecer a las personas que hacen una diferencia en nuestras vidas” John F. Kennedy

Hace poco, nuestra querida profesora Magaly de Yoga, nos hablaba de la importancia de la gratitud. Es más, antes de hacer ejercicio de calentamiento en nuestro taller, hacemos el mantra de la gratitud.
Reparamos, en verdad, que hay tanto que agradecer: A Dios, a la vida, a la familia, a los amigos. Incluso, por qué no, a las circunstancias difíciles que nos tocó vivir, nos costó lágrimas, dolor…pero el dolor enseña, como lo he repetido en ocasiones. Son lecciones que te evita repetirlas y te regala el don de comprender mejor a los demás.
También agradecer- y con mayor razón – aquellas circunstancias inolvidables y, a las personas que nos la regalaron pues hicieron temblar nuestro corazón de infinita alegría, y es tanta la “carga” emocional que nos desbordamos en risa y llanto a la vez. ¿Nunca, te ha pasado?
A veces lo olvidamos pero en aras de la palabra “justicia”, es importante redimir el significado de dicha palabra.
“La gratitud es la memoria del corazón” nos dice Lao Tse (filósofo chino). El valor de la gratitud responde cuando una persona experimenta aprecio y reconocimiento por otra que le prestó ayuda.
En todo caso, diferenciemos entre las gracias que se suele dar a veces en forma mecánica y cortés por lo que se recibe, de las gracias nacidas del corazón con sincera aceptación de lo que se ha hecho por nosotros, que va más allá del mero cumplimiento del deber. Tal como dice Lao Tse,  es “la memoria” del corazón.
Por ejemplo, puedo diferenciar entre un trabajo hecho por cumplimento, por el mero deber, – así no me agrade, tengo que hacerlo- porque si no, no hay paga; de otra, hecho porque se tiene aprecio o se ama a la persona a la que se va brindar el servicio. El médico visita a sus pacientes determinados días en las mañanas porque es parte de su servicio, no porque “ame” a su paciente. Y hay amigos (as) que, robándole tiempo a su tiempo, sin medir distancia que le ocupe, te van a visitar porque te quieren y te hacen sentir que cuentas con ellos (as). Hay diferencia ¿o, no?
Entonces, ¿cómo no sentir gratitud por algo tan valioso que nos regalan? .La gratitud como bien dicen, no es devolver el favor igual, no es “pagar una deuda”. Implica mucho más que la mera mezquina forma de mirar las cosas. Es apreciar, valorar la actitud, la generosidad y el desinterés que tuvo esa persona para contigo, a pesar del cansancio, el tiempo y la distancia que pudiera ocasionarle, más que por el beneficio recibido. ¿Entiendes? Es el haberte brindado una ayuda desinteresada cuando más lo necesitabas ¿Sí?
La gratitud, una vez más, nos debe nacer del corazón. Es un redescubrir la nobleza y las cualidades del otro y llevarlo a nuestro interior. Esto puede generar una nueva dimensión en la relación que nos une, porque el objeto de gratitud forma ya parte de nosotros, renace del recuerdo y vibra de alegría.
Mi padre me dio dos lecciones de vida que me han servido para entender y valorar las acciones de los demás:
“No esperes nada de nadie”. “Nadie tiene la obligación de hacer algo por ti”
Lo primero me sirve para no tener frustraciones, es mejor no esperar nada de nadie, porque también hay que entender que todo el mundo tiene sus problemas y por lo tanto no van a estar pensando en las ajenas, ¿no? Y lo otro, es que siendo adultos, nadie tiene obligaciones para contigo ¿Me equivoco? Si les nace, en buena hora, si no…ya es tiempo de saber que solo cuentas contigo. Frente a esta verdad, toda actitud generosa me roba el corazón definitivamente.
Rescatemos la costumbre de ser agradecidos siempre. Nobleza obliga. Frente a la atención de algún servicio, una ayuda inesperada o trabajo excelentemente realizado, etc. Con la familia, cuando te esperan con algo preparado con cariño, cuando te regalan un tierno abrazo o están contigo cuando lo necesitas… ¿Tienen la obligación de hacerlo? ¡No! Es simplemente un acto de amor.
Con los amigos, cuando tratan de acompañarte en soledad, hacerte llevadero tu tristeza frente a la enfermedad o el dolor, en sus oraciones desplegadas a Dios, o el simple apretón de manos dado con afecto, ya es un bien otorgado.   En fin. Hay tantos detalles, pueda que pequeños, pero de grandes momentos disfrutados que van quedando registrados en nuestra conciencia, como para no olvidarlo ¿Verdad?
No obstante, es una virtud que algunos olvidan cultivar por egoísmo pues son “ciegos” ante los gestos de bondad que procede de otros. ¿Será vanidad o autosuficiencia lo que les impide resaltar los méritos ajenos?
Confieso que comencé a hablar sobre la gratitud porque me siento abrumada por tantas bondades que recibí y recibo aun hoy. Comenzando por mi padre, quien quedando viudo, relativamente joven y buenmozo, nunca volvió a casarse. Fue padre y madre para mi hasta su muerte. A la familia de mi esposo, con ellos aprendí a conocer el calor familiar. A Lucho, mi amado esposo, amigo, compañero, confidente y consejero, digno ejemplo para mis hijos; a mis hijos, fuente de alegría, amor y compañía reconfortante aun en ausencia. A mis primas, Chela y Julia, mis hermanas. A Juani, mi sobrino, cual ángel protector, nunca nos falla cuando cualquiera de la familia acude a él, en pos de auxilio. A mis exalumnas del colegio donde trabajé 3037, quienes siempre se comportaron como hijas para mí, generosas, desprendidas desde chiquitinas. A mis amigas, Carmen, Yolanda, Elsa “las cuatro fantásticas”, como nos dice Mario, esposo de Elsita, que se portaron de maravilla en mis momentos de flaqueza y de encierro cuando estuve delicada de salud. A mis compañeras de cole, universidad y colegas de trabajo (Nelly, Fresia, Coqui, entre otras), catarsis de mis penas. La lista es larga y probablemente se me vaya algún nombre, pero no quiero negar la importancia de todas y cada una. Perdónenme. Lo cierto es que todos (as) han sido y son importantes en las diferentes circunstancias de mi vida.
Para terminar, la vida es generosa con cualquiera de nosotros si miramos más con el corazón que con ojos críticos a todo lo que Dios nos obsequia, entonces, descubriremos infinidad de detalles por el cual estar eternamente agradecidos. “Porque agradecer es dar, es compartir; es partir con el otro en el viaje de la existencia y en ese viaje, la gratitud nos hace crecer a todos.” (Álex Rovira, “Amable Gratitud”.