PAPA KUCHO III (Capítulo final)

“Gracias Lucho por ser luz en nuestra oscuridad

Esta parte final de la biografía va dedicado a mis amores pequeños, mis nietos. Leonardo, José María, Joaquín, Santiago, quienes no llegaron a conocer facetas de las aventuras profesionales del abuelito. El más pequeño, Orly de solo dos años, no llegó a conocerlo.

Hola mis chiquitines guapos. Continuando con la historia del abuelito Lucho, hoy les cuento los momentos más importantes de su vida para que lo conozcan cómo era. Lo cierto es que ambos (su abuelito y yo) esperábamos a Orly (el último nieto) con tantas ansias para conocerlo, pero pá Kucho se quedó con pena de no poder hacerlo porque Dios apuró su partida al cielo.

Comenzaré cuando ya ambos (el abue y yo) éramos adultos. Habíamos terminado la universidad, estábamos casados y trabajábamos pero imagínense: dos angelitos hermosos a quienes con cariño hasta hoy les decimos Pepito (José Luis), Betito, (Carlos Alberto), trajeron mucha alegría a nuestras vidas y nuestro pequeño hogar. Nuestro tercer angelito Macolito (Miguel Ángel, el tercero), llegó años después cuando vivíamos en el Cusco.

Pá Kucho comenzó trabajando en la Universidad Nacional Técnica del Callao y la Universidad Particular Ricardo Palma. Yo para entonces, enseñaba en un colegio nacional del Rímac.

Pocos años después, el abue (tratando de mejorar nuestra economía) decidió estudiar una maestría en ESAN. Me contó Manuel, otro gran amigo suyo, que era una universidad privada con requisitos muy exigentes, un ejemplo: después de aprobar el examen de ingreso, tenía que ser a dedicación exclusiva, es decir no se podía trabajar y estudiar a la vez. Cada ciclo era eliminatorio, el que jalaba dos cursos era automáticamente retirado, sin entrega de ninguna constancia, entre otras cosas. Imagínense mis pequeños, de los 120 que ingresaron, solo pudieron terminar 80. La universidad advirtió al inicio de la maestría, que se trataba de “desarrollar la capacidad de trabajo a presión”. Y vaya si lo fue, muchos alumnos se retiraron por enfermedad (a uno le dio surmenage), otros por salir desaprobados o no poder responder a la exigencia del estudio.

Para que el abue pudiera estudiar tuvimos que acceder a un préstamo financiero del Instituto Peruano de Fomento Educativo (IPFE) pues había que pagar la mensualidad de la universidad, la pensión del cole de nuestros niños, el sustento del hogar pues con mi paga de profesora no alcanzaba. Pero sin duda tenía la universidad una calidad académica excelente y uno egresaba fortalecido y con la posibilidad de elegir la mejor alternativa de trabajo.

De las ofertas de trabajo que tuvo, eligió el de la Compañía Ferreyros en el Cusco. Tuvo que viajar. Yo seguía trabajando en Lima. Poco después papá Justo (mi padre, el bisabuelo de ustedes) quien no gustaba de la separación familiar, un día me dijo, “hija, la familia siempre debe estar unida, incluso por el bien de tus hijos”.

Así es mis amores, cuando papá te aconseja algo hay que escucharlo porque te quiere mucho y desea que tú estés bien. Así que un buen día decidimos ir todos al Cusco junto a papá.

Por cierto, allí vivimos por espacio de tres años alejados de la familia, los amigos… Estábamos tristones inicialmente porque no conocíamos el lugar ni a nadie. Puedo decir que comenzamos una aventura que tuvo sus altibajos pero en medio de todo, aprendimos a ser fuertes y a sobrevivir en un medio desconocido.

Pá nos había alquilado una casita nueva, amplia, con jardines como el que dejamos en Lima. Nos conmovió que pá Kucho se preocupó en arreglar los diferentes espacios con pequeños detalles donde descubríamos el amor que nos tenía. Recuerdo que gustaba de coleccionar guijarros raros en forma y color, cuarzo, metales, pirita, plata (en bruto), piedras lustrosas en forma de corazón, la forma de una cara, restos de cerámica que recogía en los lugares donde la empresa hacía excavaciones, vasijas artesanales en miniatura todo ello ordenado y expuesto en el estante de su estudio. En verdad que tenía un ojo “clínico” para descubrir todas esas rarezas.

El trabajo de pà Kucho consistía, entre otros, en viajar a lugares lejanos con operarios para entregar las maquinarias nuevas y/o el mantenimiento de las antiguas. Sin embargo, por muy lejos que fuera el viaje, siempre veía él la forma de regresar pronto a su hogar, incluso manejando si fuera necesario para estar cerca de los suyos. Noches había que llegaba empapado con frío porque sobre montaba los ríos como un aguerrido aventurero sin asco (cuando llueve fuerte en la sierra mis pequeños, los ríos suelen desbordarse). Él era capaz de cualquier sacrificio.

En la ciudad del Cusco, descubrimos otros espacios de convivencia familiar. Para “matar” la soledad, los domingos salíamos al campo, a nadar en los cristalinos riachuelos, a comer chicharrones en Saylla, jugar y cerrar el día con la pesca de truchas en el río Vilcanota. Mientras pá manejaba, en la ruta, íbamos cantando sin importarnos si éramos desafinados. ¡Íbamos llenos de felicidad! Pepito aprendió jergas locales en su colegio La Merced, mi Betito aprendió a caminar, a balbucear sus primeras palabras y hasta chapitas le salieron. Macolito llegó a soltar algunos agús.

Algunas tardes disfrutábamos de la tranquilidad del hogar, podíamos compartir alguna película, partidos de fútbol interesantes; o, también uno que otro juego de mesa. Sin duda, nos cuidábamos de estar bien aprovisionados de refrescos y golosinas. Para entonces nuestro angelito cusqueño vino a completar nuestra felicidad. Era heroico el trabajo de mecerlo para que concilie el sueño. Tenía el sueño tan ligero que hasta el vuelo de una mosca lo despertaba y… vuelta a mecerlo laaaargo rato. En verdad había que ser santo por la paciencia que había que desplegar. El héroe sacrificado era su hermano Pepe quien después de mecerlo por buen tiempo, cuando ya salía de puntillas para continuar viendo su serie favorita, ni bien llegaba a la sala comenzaba el berrido del bebé Macolito. El sacrificado regresaba otra vez a su labor, razón por la cual al final optamos por darle chupón porque en verdad de noche era fatal, no dormíamos bien.

El abue en ocasiones se daba tiempo para encandilarnos historias de amor de Mamamaya (su abuelita) y los cuentos que ella solía contarle cuando era niño.

En tiempos que llegaban familiares o amistades a nuestra casa a conocer Cusco, era una alegría acogerlos en nuestro hogar pues era gente nuestra porque lo cierto es que no hicimos mayor amistad en el Cusco porque tuvimos un vecino belicoso, de carácter difícil y con pocas ocasiones de confraternizar con otros. Se agrega a ello, que éramos reservados y cerrados en nuestro mundo; salvo una cusqueña simpática con quien hicimos migas de tanto vernos en la UGEL postulando a una plaza docente. Lo curioso es que ambas nunca lo conseguimos. Sin embargo, aún hoy nuestra amistad sigue vigente.

Finalmente, una madrugada del mes de enero 1978, después de casi tres años nos despedimos de Cusco para retornar a nuestro hogar en Lima.

Aquí nos reinstalarnos y comenzamos a recuperar poco a poco nuestras actividades anteriores Teníamos que preocuparnos por el cole de nuestros niños, organizarnos para ver cómo nos desplazábamos a nuestros trabajos, el cole de los chicos, en fin.

Fuimos acostumbrándonos a la nueva rutina en los distintos espacios de trabajo, movilidad, colegio, casa, etc. Siempre fuimos muy “caseros”. Es decir, nos gustaba quedarnos en casa y salir poco, motivo por el que los papis de ustedes (Pepe, Beto y Macolito) no tenían amigos en el barrio, se la pasaban haciendo las tareas del cole (les dejaban un montón) o jugaban entre ellos en el patio o en la azotea. Papá Kucho preocupado por nuestros pequeños (porque, ¿saben?, es importante que los niños tengan amigos y jueguen) Tomó una decisión. Como le gustaba el fútbol, decidió formar un equipo Estudió dos años para ser entrenador de futbol pues siempre le gustó hacer las cosas bien. Ya con el cartón de entrenador, hizo participar en forma activa a nuestros hijos en este deporte que amaba, con el equipo que fundó “REAL CARIBE”, cuyas reglas básicas para pertenecer era, no hablar lisuras, no tener desaprobados en la libreta, cuidar sus modales de comportamiento. (Les costaba trabajo en verdad porque tenían “una boquita de caramelo” los chiquillos que se sumaron al equipo). Jamás les cobró un céntimo a los padres. Entenderán que los papis estaban felices de que sus hijos pertenecieran a un club deportivo gratis y encima, sui generis, “exquisito” como decían algunos porque todo lo solventaba páKucho, desde la compra de uniformes, el tener limpio los uniformes, que no les faltaran refrescos, golosinas etc. Era algo gracioso que vinieran los padres a rogar para que recibieran a sus hijos en el equipo; por la cantidad conformada era ya difícil. Tuvimos un grupo tan numeroso que los clasificó en: mini calichines (los más pequeños, donde pertenecía Macolito,) calichines (donde participaba Betito) e infantiles (donde jugaba Pepito). El abue, feliz, no reparaba en gastos. Los nuestros participaban, Pepe, de arquero y como asesor del abue; Beto, arquero y Macolito, mediocampista. Hubo realmente “batallas” donde nuestro equipo después de partidos difíciles, obtuvo varias copas que los llenaban de orgullo y satisfacción. Con la alegría compartida Lucho los llevaba de paseo al campo o la playa. Nosotros, como familia nuclear, sus primeros hinchas, teníamos actividades compartidas en casa los FINES de semana: disfrutando no solo de los partidos de fútbol como público espectador. En las tardes de los fines de semana, éramos anfitriones de nuestros jugadores quienes se reunían en la sala donde no faltaban los bocaditos, dulces, helados y gaseosas, un pecado de “comida chatarra” ­─yo como madre─ recriminaba pero les permitía tolerante solo por esos días.

Aparte de ello, compartimos con pá Kucho también sus otras experiencias, por ejemplo, la pesca. A veces, con toda la familia paterna (abuelos, tíos y tías, primos) se salía de paseo tanto al río como al mar. Eran días de solaz pues unía a todos en un solo corazón. También nos contagió su inmenso amor por los animales, recogíamos algunos abandonados en la calle previo voto democrático y luego, tomada la decisión, lo adoptábamos. Hubo ocasiones en que Pá Kucho fungía de veterinario y como sus asistentes, nuestros hijos. Ninguno fuimos indiferentes al amor por las mascotas, siempre los tenemos hasta hoy de compañeros.

Bosques de algarrobos

Para concluir, participamos de alguna de sus aventuras en el campo en el trabajo con el Proyecto Algarrobo. El objetivo era un manejo sostenible para salvar las zonas boscosas de Algarrobo en la Costa Norte de la depredación campesina en especial el algarrobo que era vendido como la mejor leña para las parrilladas. Previo estudio del campo de trabajo se planificaba todo un proyecto (el abue era el especialista en ello y el director adjunto) conformado por todo un equipo de sociólogos, antropólogos, ingenieros industriales, agrónomos, agrarios, asistentas sociales, etc. etc. Tomaban nota de las carencias y problemas como la: escasez de agua, cómo el no saber con qué paliar el hambre, la desnutrición en los niños, entre otros. Se formó talleres con el aprendizaje de nuevas industrias artesanales, para paliar el hambre sin destrozar y dañar el medio ambiente. La idea era desterrar costumbres arraigadas por comodidad, como el que actuaran como mendigos, es decir, recibir donaciones y donaciones y vivir de él. Pá Kucho lo consideraba indigno. Por ello, su “caballito de batalla” fue erradicar ese afán de pedir donaciones y prefirió enseñarles a resolver sus problemas, de modo que les permitiera sobrevivir sin facilismos (destrozando su medio ambiente) y siempre con DIGNIDAD

Algarrobina que se elabora del algarrobo

Creó un Banco Pequeño (a ejemplo de Muhamad Yunus, Nobel de la Paz 2006, “el banquero de los pobres”) que la ONG inicialmente les facilitaba el préstamo de montos pequeños para que iniciaran su industria y conforme iban obteniendo ganancias pagaban su deuda en cómodas cuotas. El Proyecto como dije, contaba con expertos en la enseñanza de las diferentes industrias que sería medio de sustento para la población lugareña de escasos recursos económicos. Fue un proyecto de largo alcance y que duró varios años.

Algunas cosas que olvido de contar, sé que los papis de ustedes lo harán muy bien, porque lo amaron tanto como yo.

Mis pequeños, el abuelito Lucho quizá no estará más a nuestro lado pero, ¿saben?, como padre y como profesional, preparó a sus hijos y a la gente para la vida y les dio las herramientas necesarias para salir adelante. Nos dejó lecciones de vida y valores con su ejemplo que es la mejor forma de enseñanza. Su infinito cariño y amor se quedan aquí, con todos los que lo hemos amado para siempre.

Universidad Nacional Agraria La Molina. Presentación de su libro «Manual de Formulación y Evaluación de Proyectos Productivos.»

Esa es la historia del abuelito Lucho a grandes rasgos para que los nietos mayores, Leonardo, José María y Joaquín conozcan los detalles desconocidos; y Santiago y Orlando (los menores) para que sepan quién fue, cuando hablemos de él.

Un cariño inmenso para mis cinco hermosos amores.

La abuela.

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