DEJAR IR, DEJAR PARTIR

“El hermoso viaje de hoy solo puede comenzar cuando aprendemos a abandonar el ayer”. Steve Maraboli.

 “El tiempo no cura el dolor emocional, debes aprender a dejarlo ir”. Roy T. Bennett.

En mi adultez tres fechas (en el mismo año: 2019) han cargado mi vida emocional y los tengo, al menor detalle muy vívidos: 30 de mayo, 3 de junio y 16 de julio.

Fue el 30 de mayo, cerca de las 2:30 la tarde, cuando mi esposo se puso mal. Pareció inicialmente una trivialidad, se atoró con su comida y empezó a tener dificultades para respirar. Llamé de urgencia a mi hijo mayor y, apenas llegó, partimos hacia al Hospital Rebagliati.  Lucho (mi esposo) venía ya padeciendo desde hacía dos años de una enfermedad que al comienzo pareció leve. Pasó por diferentes especialistas hasta que se dio con el origen del mal: la miastenia.  Al principio, dados los leves síntomas, todos pensamos que se curaría pronto, que se recuperaría. No obstante, el médico tratante nos hizo volver tristemente a la realidad: la enfermedad ―nos dijo― era neurodegenerativa e irreversible. Nos advirtió que debíamos estar pendientes y preparados  ante una posible  crisis que podía ser inmediata o a largo plazo. Mi esposo se aferró a la vida. Decidió, tomando todas las precauciones, seguir con las actividades laborales que más le llenaban y disfrutaba: terminar su libro y enseñar en la universidad. Él ya era jubilado y contra la voluntad de todos nosotros (le habíamos rogado que ya no trabajara, pues el cansancio favorecía al mal) cuando lo convocaron en la universidad para un nuevo año académico como Profesor Extraordinario, aceptó feliz. Quién diría que tres meses después…

Habitualmente sus cumpleaños, el 3 de junio, lo celebrábamos con los amigos y familiares más cercanos, en una reunión amena e íntima. Por cosas de la vida o cierto “aviso premonitorio” un año antes, su sobrino y ahijado quien lo amaba como un padre lo sorprendió en su cumpleaños con la serenata de la Tuna (Universidad Nacional de Ingeniería, UNI, su alma mater). Esa noche cantó con la Tuna, bailó, fue un jolgorio general, como nunca. Jamás  intuimos que sería su último cumpleaños. El 3 de junio del 2019  estaba ya él en cuidados intensivos, inconsciente y entubado… Afuera del hospital, aquella vez, sus hermanos estaban expectantes, muy tristes, por no poder verlo o saludarlo como hubieran querido.

Él amaba el fútbol, entrenó un equipito de fútbol con muchísimos niños, llegó a graduarse en la primera promoción de la Escuela de entrenadores profesionales del Perú todo por puro cariño a sus hijos, a los chicos a los que entrenaba y gusto por ese deporte. Y ese gusto lo pudo disfrutar en el hospital cuando logró recuperarse ligeramente. Allí, postrado, pudo ver la final de la Copa América entre Perú y Brasil. Mi hijo mayor le puso el partido y logró que su padre viese todo el encuentro a pesar de que el tiempo de visita era solo de una hora.

Su mejoría lenta pero segura fue una alegría para todos. Una tarde, de sorpresa, lo trasladaron de la UCI a la Sala de Recuperación. Hasta nos dieron una fecha de alta para que volviese ya a casa. Todos estábamos contentos.

Fue un martes, recuerdo. Mi hijo mayor lo vio pasado el medio día. Conversaron y hasta rieron porque lograron descifrar una palabra confusa en una pizarra. A las seis llegamos mi hijo menor su esposa y yo. Le arreglamos, le acompañamos. También se comunicó con nosotros y entendimos que deseaba que se acercase Manuel (un viejo amigo del colegio al que quería mucho). Le animamos, al día siguiente él ya regresaba a casa por la mañana. No supimos hasta días después que su amigo, Manuel, aquél a quien él llamaba, se había acercado poco después de que nos habíamos marchado.

Esa noche, ese martes del 16 de julio, estaba yo en casa con mi hijo mayor viendo los detalles para el día siguiente, cuando timbró el teléfono.

Mi hijo atendió la llamada y yo en la otra extensión.

Al colgar, él solo podía decir que debía de haber un error, una confusión. Apretaba los dientes, parpadeaba, trataba de no llorar para tranquilizarme. Me abrazó y salió de inmediato a su casa y regreso con mi nieto mayor. Te quedas con la abuelita, le dijo llamó a su hermano, mi hijo más pequeño, y partió.

En esa noche oscura, fría, sentí la voz adolescente de mi nieto que con tono adulto, muy antiguo, como si fuese de Lucho, me pedía calma, tranquila, abuelita.

Mis hijos se encontraron en el Hospital. Llamaron a su hermano en Londres (que había venido durante un mes, todo junio, para acompañarme a mí y a su padre) y él desesperaba por conseguir vuelo para estar con nosotros en ese instante.  

La mañana siguiente, el miércoles, día con un sol curioso de julio, empezamos a velar a Lucho.

La vida nos deja  como “lapidados” en el cerebro ciertos hechos, imágenes de momentos compartidos, nostalgias puntuales y uno se aferra inconscientemente a los recuerdos acumulados de quien ha partido. Vivir, en ocasiones, es cortar lazos. Dejar nuestras manos vacías de lo que solo ayer nos llenó de alegrías y esperanzas, es doloroso.  De alguna manera somos hoy todo lo que dejamos en el pasado para configurar un presente concreto, auténtico aunque ello conlleve sufrimiento.  Debemos asumirlo  porque así estaremos prevenidos para  afrontar esos momentos. De otro modo, estaríamos “apegados”  con mirada siempre en retrospectiva a lo que ya no puede ser.

El amor es el que mayor sufrimiento nos ocasiona, aceptar que duele es la mejor manera de sanar pues el dolor con el tiempo será menor e irá pasando.  Y el tiempo le hace entender a uno que “dejar ir” no es un signo de olvido ni de darse por vencido, sino de fortaleza porque  aunque duela “dejarlo ir”, debemos comprender que el asirse a personas o sucesos del pasado, nos mantendrá “atrapados” sin salida. Emocionalmente no es sano porque no nos permite crecer, nos ata a los recuerdos, y quedaremos estancados sin poder avanzar.  Afecta no solo al que lo sufre sino también a los familiares del entorno preocupados por uno; también a los que todavía son dependientes de nosotros, como los hijos pequeños por ejemplo.

Dejar ir forma parte de la vida por lo mismo, es necesario asumir el pasado como una experiencia  enriquecedora y  que de alguna manera nos definía… No obstante, ahora, es tiempo de buscar nuestro propio camino, desolador al principio porque ya nunca más será compartido como antaño, por lo mismo, será un comienzo difícil. Pero tenemos que aceptar con valentía el nuevo reto.  Lo que nos obliga a un autoconocimiento, por ende, reconocer hasta dónde llegan nuestros límites y  descubrir qué es lo que realmente queremos.

“Buscar nuestro propio camino” implica liberarnos, soltar el pasado,  rescatar que lo vivido, tesoro preciado, nos enriqueció por dentro; por lo mismo, nos permitirá  tomar el camino más adecuado y avanzar hacia el nuevo mañana con más equilibrio y madurez. Porque al final, dejar ir, también es dejarse ir, para nunca jamás estar solos.

¿CUÁLES SON TUS LENTES MENTALES?

“Nada nos engaña tanto como nuestro propio juicio.”

Cada quien tiene su propia manera de ver el mundo.

Nuestra manera de ver el mundo y todo lo que hay en él (a uno mismo, el trabajo, las relaciones, las metas…casi todo)  es única. Experimentamos el mundo a través de una lente que construimos a partir de nuestras creencias, opiniones y experiencias. Lo que nos conlleva a pecar de ligereza cuando juzgamos a las personas basados en una simple mirada, bien sea de alguna acción o un hecho fortuito. Lo que indica que no conocemos en detalle la situación ni a la persona. Nuestra mirada sería  apenas  la punta de un iceberg, de modo que si no tenemos una información completa, ¿cómo podemos emitir  un juicio valorativo?

Sin embargo…ocurre. Se emite juicios de valoración  inconsciente y desfavorable la mayoría de las veces

 “Qué torpe!”, “¿Cómo se le ocurre?”, “Hum…yo lo hubiera hecho de otra forma ! ”.

 Evidentemente que se trata de un juicio anticipado  basado no en el contacto directo o la experiencia, sino en una consideración previa. Estamos condicionados – lo dijimos en líneas anteriores- por nuestra propia historia, y, desde luego, distorsiona la percepción de lo prejuzgado. Ese “condicionamiento” o “lente” mental (sólo existe en nuestra mente) nos impide ver con claridad las cosas o cómo son realmente, nos atan y empantanan en el pasado.  Parece increíble cómo el pasado determina cómo percibimos el presente, por ejemplo, cuando aprendemos algo o lo experimentamos (en lo personal);,o, los “lentes mentales”  impuestos  de alguna manera en la familia, en la escuela… y lo vamos “archivando” en nuestro subconsciente: experiencias, hechos, creencias y actitudes y con el tiempo, frente a un estímulo dado, nuestra mente recurre a lo “almacenado” en el subconsciente y actúa en función de sus contenidos. Así de simple.

 El problema que acarrea estos “lentes” es cuando opinamos o criticamos al compañero de trabajo o de estudio, al amigo o vecino como lerdo porque alguna vez emitió una idea equivocada; o, por un error cometido es juzgado como falto de criterio. O si olvidó de hacer algo que supuestamente debía hacerlo (según nosotros), pues le aplicamos la idea de ser carente de iniciativa.

En realidad, son prejuicios  o juicios apresurados que, como se entenderá,  dificultan las buenas relaciones., resta potencialidad al criticado porque pierde seguridad en lo personal y, a quién no, le afecta en sentido negativo.

Tres ejemplos:

a) La señora de un vecindario tenía la paciencia de observar cada vez que su vecina del frente tendía sus sábanas recién lavadas en el cordel. No había semana que no la criticara y se lo contara a su esposo, pues según ella, estaban percudidas y sucias,  y ¿cómo podía tenderlas, así? Se preguntaba y sentía verguenza ajena. Hasta que cierto día se sorprendió de ver tendidas las sábanas con una limpieza inmaculada. Asombrada llamó a gritos a su esposo, y le preguntó “¿Puedes creerlo? ¡Mira las sábanas de la vecina!!. Parece que me hubiera leído el pensamiento! Están albos!”. El esposo replicó, como siempre criticabas a la vecina, me pregunté si no sería porque los vidrios de nuestra ventana estaban sucios. Hice la limpieza y ¡viste? Ahí tienes el resultado.

b) Una señora entró a un restaurante, pidió un plato de sopa y se fue al baño. Al regresar a su mesa, vio a un hombre mal vestido y sucio que estaba tomando la sopa.

Molesta e indignada, se sentó en la mesa y cogió otra cuchara y decidió tomar de la misma sopa mirándolo con ira, fijamente, para que el otro reparase su indignación. Al concluir con la sopa, el hombre regresa con un plato de tallarines. Ambos lo comieron. La señora se dijo, después de todo, es amable. No es un mal hombre. Algo arrepentida se paró para comprar el postre y al regresar a la mesa, ya no estaba el hombre ni su cartera. Desesperada, gritó, “Al ladrón!” “Agarren al ladrón!. Mientras los otros corrían en pos del ladrón, la señora  volteó y vio una mesa con un plato lleno de sopa y una cartera al lado. Sí. Ella se había equivocado y, le había robado parte de su menú al hombre sucio y mal vestido. ( Historia tomada del “Camino del líder”, David Fishman )    

c) Un ejemplo actual. Mucha gente critica a los que viajan fuera de nuestro país para vacunarse. Es más, algunos con ligereza opinan qué deberían prohibirles  ¿Bajo qué criterio?

A  nadie afecta ( ni a usted, ni al estado)  que los que  puedan hacerlo, pues que lo hagan. Y el que no, a cuidarse respetando todas las medidas de precaución para evitar el contagio y atenerse a su realidad, sin envidiar a nadie.

  Los que pueden viajar están invirtiendo su dinero y su tiempo. Inclusive, la vacuna que ellos no aplican puede ser de utilidad para muchos otros..

 Así pues, hay que tener mucho cuidado en emitir juicios de valor apresurados (como los ejemplos citados) y tachar a las personas de sucios, descuidados, ladrones, flojos, cuadriculados, vivos,  etc.  basado solo en nuestra “lente mental” u observación fortuita. Por ello, es de suma importancia ser consciente de la lente que usamos. Seamos lo suficientemente conscientes, flexibles  para romper esas “estacas” y zafarnos de aquello que nos estanca, solo así tendremos los “lentes”  más claros, podremos caminar en libertad y aprovechar las oportunidades que la vida nos presenta sin hacernos anticuerpos a diestra y siniestra. ¿No lo creen?

CUANDO LOS DETALLES CUENTAN

 “Lo más importante en la comunicación es escuchar lo que no se dice”. Peter F. Drucker.

La vida nos enseña – con el tiempo – a descubrir cómo realmente son las personas. No necesariamente solo por su discurso amable, fluido, prometedor o, por la galanura o simpatía que irradia, que si bien ambas son una forma de comunicación, existen también otros. Los llamados “elementos no verbales” que suelen ser más sinceros que las palabras, pues el cuerpo no miente.

 Estos otros, son los “detalles” que descubrimos en el hablante, como por ejemplo, en sus gestos, expresiones faciales, tono de voz juego de miradas o, simplemente, acciones impulsivas que tienen su propio mensaje. . Suelen ser detalles o gestos  que se “sueltan” o muestran inopinadamente,  en forma impulsiva sin medir las consecuencias de la apariencia que trataba o trata de “representar.”

 Alguien dijo que la vida es como un teatro donde actuamos según el papel que nos asignan o nos asignamos, pero que, detrás de esa “actuación”, influyen circunstancias de crianza, educación y parámetros sociales de origen y son éstas, precisamente, las que te “traicionan” en situaciones inesperadas. Por ejemplo, si alguien que dice amar a los animales, cierto día sin justificación aparente, suelta una patada feroz a un pobre perro indefenso, acompañada de una palabra soez. ¿Qué demuestra con el gesto?

Basta con ser observadores para detectar que hay gestos que emiten mensajes, pueden ser de timidez o inseguridad, que se está mintiendo, que denota aburrimiento, etc.

Pero existen detalles también refrendados por cariño. Lo cierto es que el corazón siente y se sostiene de aquellos pequeños detalles emanados del afecto, atención y autenticidad. Detalles que no tiene costo alguno sin embargo te ofrecen a cambio de nada, que el día oscuro que augurabas, se te aclare. ¿Me equivoco?

En un viaje realizado con mis compañeras del trabajo, las solteras se quedaban más tiempo. Me regresaba con otra amiga, estaba melancólica, perdida la mirada en el paisaje serrano. Extrañaba a mi familia. De pronto, mi  amiga María que también se regresaba, siempre cariñosa y atenta vino a mi asiento, me abrigó mejor del frío, me preguntó con un abrazo ¿cómo estás? y completó “Cualquier cosa me pasas la voz, sin problemas”. Ese gesto me enterneció. Se lo agradecí.

Creo que los gestos (hay tantos ¡) o detalles como los de mi amiga María que son matices de nuestra realidad, inspiran y se quedan en nuestra memoria. ¿No lo creen?  

Almorzando en el Country Club El Bosque

Fue así como conocí a mis tres amigas del Yoga, Yolanda, Carmen y Elsa. Entablamos amistad en uno de los desayunos que compartimos con todas las compañeras del taller bajo la dirección de nuestra querida profesora Magaly. Una amistad espontánea, cordial que nació de la mutua simpatía pero conforme pasa el tiempo, se afianza más pues se ha vuelto entrañable, al menos para mí.  Fueron sus gestos iniciales  los que mostraron cómo eran realmente y las empecé a querer.

Cómo olvidar por ejemplo cuando un día nuestra profesora (nos dejaba tareas de lecturas y reflexión y había que exponerlo, luego discutirlo) le pide a Elsa que exponga su tema, ella tan nerviosa no se sentía segura. Se cerró en que no podía hacerlo, aunque ya lo tenía escrito. Quería pero no podía. Estaba en un atolladero. De pronto sale alguien del grupo de oyentes: Carmencita, toda angelical ella, le pide el papel a Elsa y dice a la profe. Yo la voy ayudar. Y leyó muy bien. Aunque la profe no se contentó porque necesitaba darle seguridad a Elsa, así que le dijo “ahora que ya estás más tranquila sé que vas a poder leer”. Efectivamente, Elsa lo hizo al final.

Después de yoga teníamos el taller de Danzas folklóricas, no recuerdo si era el ensayo final. Una de las bailarinas no había venido, entonces Yolita, toda preocupada se fue hasta la casa de la ausente. Dada su situación de salud, ella acomedida decidió suplirla por compañerismo. Y para la presentación definitiva se aparece la enferma que quería bailar. Sin egoísmo y con una cooperación desinteresada, mi amiga Yola la asistió en todo sin mezquindad alguna. Esa sencillez, paciencia, generosidad es admirable. Lo corroboré con creces cuando falleció mi Lucho. Yo estaba totalmente “perdida” en el laberinto de los documentos legales, pues no ataba ni desataba nada. Estaba “zombie”.  Ella, una magnífica  abogada, me condujo de la mano a todos los trámites tal como se conduce a una “ciega”. Solo firmaba y pagaba. Su bondad no paraba mientes en el tiempo invertido conmigo en los trámites. ¿Se dan cuenta?

Elsita también sencilla, generosa, es como una niña engreída por su amado esposo, Mario – una bella persona- y de sus hijas que la quieren tanto. Somos contemporáneas, nos llevamos bien sin problemas y a veces nos jalamos las orejas entre las dos. Desprendida, de mano abierta,    me ganó por el cariño que Mario y ella le tomaron a mi Lucho. Hacíamos planes incluso para irnos de viaje los cuatro a México. Nos invitó varias veces a compartir desayunos en su casa, que siempre quisimos devolver la gentileza con mi amado, pero nunca se llegó a concretar

 Un día en el CAM en uno de los bailes de su taller Elsita sacó a  Lucho a bailar el Huaylas y le dieron duro al bailongo. Fue lo último que disfrutó mi esposo, porque a fines de ese mes se puso grave.

Hay tantos recuerdos que mi memoria me traiciona y no rescato todos los detalles como quisiera.

Con frecuencia los mensajes no verbales tienen más significación que los mensajes verbales porque añade a lo referencial, la función expresiva o emotiva, estados de ánimo y hasta actitudes personales

Cuando nos comunicamos no se trata solo de hablar y escuchar las palabras de las otras personas, se trata de escuchar más allá de las palabras. Esa es la idea.

 A veces me digo, «creo más en lo que me dicen tus ojos que tus palabras en sí.»

CUANDO LA AMISTAD “DA VIDA”

“Los amigos son personas que te levantan cuando otras personas ni saben  siquiera que te caíste.”

Contar con algo tan valioso como la amistad es un privilegio que nos permite disfrutar de la vida porque genera esa energía llamada amor. Y el amor libera dopamina y gracias a ella uno se siente lleno de fortaleza, que a su vez, puede «curar” o “dar vida” a otros.

La prueba más delicada  para quienes comparten este vínculo, es la de estar ahí para y por la gente que quieres incluso si después no te lo agradecen, porque están pasando por un momento difícil.

Tuve el año pasado una experiencia álgida en mi salud. Fue, podría decirse, una caída casi fatal. El “incidente” me permitió “abrir” los ojos y descubrir  con mirada  perspicaz y real  quiénes en realidad se interesaban por mi salud. Hasta ahora no sé bien qué me pasó y por qué. Lo cierto es que fueron momentos bastante difíciles. Me sentí al borde de mi salud física y mental, tan al borde que sentí inútil mi existencia… Solo  quería “irme” pronto  hacia un lugar donde no sufriera tantas inyecciones que ya ni venas me encontraban. Un lugar donde te sientas, en “paz” y sin tanto dolor

.Perdí  toda noción de la realidad. Escuchaba voces amigas quienes me conminaban de distintos modos a que reaccionara. Me alentaban con gran bondad y paciencia a que “sintiera” que había gente que me necesitaba. Incluso habían grupos de oración. Y… no me daba por aludida. Fueron días largos, confusos, extraños.

Sin embargo un día X, – como esos milagros que ocurren a las quinientas -, en plena pandemia, con inmenso miedo a la situación de contagio, un grupo de exalumnas mías de secundaria, arrasaron con todo (calle, ambiente, socialización con otros para las compras etc.) para estar a mi lado. Para que las sintiera que sí que estaban conmigo aún en circunstancias tan complicadas como ésa, preocupadas por mi salud.

Son un primer grupo

 ¿Pueden creerlo? Fue tan hermosa la expresión de afecto inmerecido que solo atiné a llorar de gratitud. Ellas (siendo tan frágiles mis chiquillas del cole,) sacrificaban parte de su seguridad por estar a mi lado. ¿No es un gesto admirable? Lo sentí como un milagro y un regalo maravilloso de Dios. Cómo es Dios de bondadoso, que a falta de hijas mujeres ¡me otorga nueve!
Haydeè, Elizabeth, Marìa Luisa, Gladys, Alicia, Elda, Anita, María, Esperanza. Han estado conmigo siempre, (durante la enfermedad de Lucho, su fallecimiento, entierro, misas etc.) me exhortaron a que cambiara de actitud. Compartimos diferentes y largos momentos de conversación, rezamos al final. No fue el único día. Vinieron todos los fines de semana (rotando) comprando, trayendo cosas y cocinando incluso mis dietas especiales, hasta que mejorara mi salud. Esos detalles no lo hace cualquiera.

 ¡Cómo pasa el tiempo! Tan solo me parece ayer que eran mis pequeñas, con sus cintitas en el cabello, sonrisas juguetonas, unas traviesas, otras más seriecitas, pero eso sí…todas muy responsables. Ahora ellas tomaban la batuta para poner orden en mi vida. ¡Créanme! Me caló hondo.

Algunas que faltaban.

Si no fuera por ese gesto tan generoso, desinteresado y dado sin  obligación alguna, sin ninguna crítica de por medio como si una se enfermara porque quisiera hacerlo, confieso que me movió el piso y me hizo reaccionar. Yo sentí que me “dio vida”.

 En una de las páginas de internet encontré un texto que me conmovió. Se los comparto: ” Los mejores amigos están con uno en los momentos más dolorosos, los más tristes y oscuros, los peores por los que uno puede pasar. Están ahí para compartir tu dolor y para no dejar que te hundas en él. Están ahí para sacarte del túnel, incluso cuando no quieres que lo hagan, porque has perdido toda esperanza en ti y en los demás. Pero ellos siempre creen en ti, hasta cuando tú has dejado de hacerlo. No les importa tu necedad, tus defectos o los errores que has cometido, aguantan el daño que con ellos les puedas hacer y te demuestran la suerte que tienes de que estén ahí.

Los verdaderos amigos nunca esperan recibir nada a cambio, más que tu propio bienestar.

Y es que la amistad derriba nuestras murallas, nos ayuda a disfrutar del destino, fomenta la inquietud, la ambición, la superación, los sentimientos positivos de confianza y aprendizaje. Porque hay que ser muy amigo para ayudar sin exigir, para acompañar sin presionar y para mostrar sin condicionar”.

En días como hoy pienso en aquellas personas tan importantes en mi vida, que están conmigo en los buenos y en los malos momentos. Les agradezco profundamente. Son únicas y especiales. Me hacen tanto bien con su apoyo, cariño y comprensión, que jamás sabré cómo poder mostrarles todo mi agradecimiento. ¡Las quiero mucho y las admiro!

BENDITOS LOS AMIGOS

Benditos sean los que llegan

a nuestra vida en silencio,

con pasos suaves para no despertar

nuestros dolores,

no despertar nuestros fantasmas,

no resucitar nuestros miedos.

Benditos sean los que se dirigen

con suavidad y gentileza,

hablando el idioma de la paz

para no asustar a nuestra alma.

Benditos sean los que tocan

nuestro corazón con cariño,

nos miran con respeto

y nos aceptan enteros

con todos nuestros errores e imperfecciones.

Benditos sean los que pudiendo ser

cualquier cosa en nuestra vida,

escogen ser generosidad.

Benditos sean esos iluminados

que nos llegan como un ángel,

como flor o pajarito,

que dan alas a nuestros sueños y que,

teniendo la libertad para irse,

escogen quedarse a hacer nido.

La mayoría de las veces

llamamos a éstas personas «amigos»

                                                            Edna Frigato (brasileña)

                                                         

CUANDO LOS HIJOS DEJAN “EL NIDO”

“Cada cosa que sucede en tu vida, te prepara para un momento que está por llegar”

¿Nunca te ha pasado que hay días que sientes algo de depre? Bien porque te sientes sola, o porque si bien los hijos te aman, pues por sus propias preocupaciones, no pueden estar contigo el tiempo que tú quisieras porque ya ellos dejaron “el nido vacío” (hogar familiar). Y qué difícil es acostumbrarse a vivir solos otra vez. Nos sentimos a veces abandonados y tristes. Y peor hoy con el asunto de la pandemia. El síndrome del nido vacío es eso, el sentimiento de soledad por la partida hacia su independencia de los hijos Y parece ser que más nos afecta al género femenino. Como que entra en una fase de tristeza, reflexión sobre su vida y algunas frases como: “la casa está vacía”, “tanto silencio me agobia”, “siento grande la casa”, etc.

 Existen muchos tipos de familias y todas merecen  respeto y aceptación. Lo cierto es que también “cargan” inconscientemente el tipo de cultura, creencias diversas y otros, que influyen en sus hábitos, normas de conducta y formas de educar en su hogar. Por ello, me digo, cada familia es “un mundo” porque cada familia es única; construye su propio sistema de vida con base a los límites y normas que establecen, de acuerdo a sus creencias y cultura, que hacen que se diferencie una de otra.

Nuestra vida está conformada por las relaciones que establecemos con la familia, el trabajo, la relación afectiva  social y otros.  Pero si solo nos circunscribimos a la familia, llegará un momento que obviamente vamos a sufrir porque, como es natural,  los hijos crecen,  se casan, logran su independencia económica y optan por irse, vivir solos con su familia.

Ahí es donde sientes  “la pegada” de la soledad porque el nido quedó vacío. Entonces te sientes algo “olvidada”. Y ves la vida, desde una perspectiva sombría. La sientes fría, oscura, triste. Te abruma el panorama. Reparas que la depre quiere “comprimirte”, aunque eres consciente que tienes que sacudirte porque conoces perfectamente que los pensamientos negativos no favorecen a sobrellevar la situación. Son  dañinos. No obstante, a pesar de todo, no te sientes bien. Más aún cuando la particularidad  por salud u otra razón, te obligan a estar “casi” encerrada en casa. Creo, (opinión personal) que toda mujer que haya trabajado fuera de casa, siente la necesidad de “respirar” otros aires, fuera del ámbito doméstico.

Pues algo así me encontraba en estos días, como suelo decir, con las pilas “bajas”  dado que la mayoría de los días las paso sola, haciendo mis cosas; en ocasiones, acompañada  de uno de mis hijos cuando dispone de algún tiempo libre. Porque también el trabajo en la empresa, los roles de padre, esposo, jefe de hogar, lo conminan a atender. El menor solía venir los fines de semana con su familia a acompañarnos (lo hizo desde que se casó) los viernes en la noche hasta el domingo a mediodía que es cuando tenían que ir “volando” a su casa para atender sus problemas domésticos, de profesión, y el desempeño de sus roles al igual que el mayor.

 Desde luego que comprendo perfectamente la situación.

Como diría mi padre, es “ley de vida”. Nos tocó antes a nosotros dejar el hogar paterno pues ahora les toca a ellos, a nuestros hijos cuando se hacen independientes.

 Pues ni modo. No pueden regalarme el tiempo que quisiera.. Y punto. Tienen obligaciones que atender. Así de simple.

Ocurre en realidad que me cuesta trabajo aceptarlo. Más aún cuando   mi compañero de vida no está más conmigo.

 Ironías de la vida. ¿Saben? Aún recuerdo que sufría más por mi esposo, pues me preguntaba qué sería de él si yo muriera primero. Pero estaba destinado él a partir  primero al viaje sin retorno.  Mi esposo era de pocos amigos, muy casero, abocado a su trabajo de investigación y académico. Sociable y animoso en compartir la conversa con conocidos, vecinos o los pocos amigos que teníamos como familia, pero solitario. A diferencia mía. Pero… vino la pandemia, la cuarentena y demás y nos cambió el panorama a muchos.  

Lo cierto es que en mi soledad obligada por el momento, espero desquitarme cuando esté recuperada de salud y termine esta pandemia que nos tiene “castigados” a todos. Siendo honesta, me conozco, tampoco soy de estar todo el día en calle. Ahora lo extraño porque estoy como monja en clausura, metida en casita.  

Es necesario despertar del “marasmo”,  el letargo en que nos tiene sumido  esta situación. La mayoría tiene urgencias que atender en la familia, la casa o la profesión. Entonces…reparo que a veces una es egoísta pensando como si fueras la única con tus problemas. Y ¡no es así!. ¡Claro que no¡

Empieza a  cuidar  de ti misma, viajar cuando se pueda (ahora, no), pasear, dedícate a alguna afición que despierte tu interés o curiosidad. Cultiva una afición que te gustaba y que no atendiste bien por los quehaceres  Recuerda que siempre tenemos opciones en nuestra vida. Elijamos la nuestra. Tratemos de ser felices con lo que la vida nos presenta. Trabajemos el “desapego”, es necesario para no seguir sufriendo. Recuerda que nada es permanente y a pesar del amor incondicional que tenemos por los hijos, nacemos solas y nos vamos  de igual forma. O no? Somos pues nuestra compañía durante toda la vida.

Con esta “nueva” perspectiva he comenzado  a tomar las “riendas” de mi hogar. Antes el administrador, ejecutor y otros, era mi esposo y me acostumbré mal. Cierto que algunas veces lo que necesitaba discutirse, lo hacíamos y tomábamos la decisión en conjunto. Fuimos una pareja siempre en armonía.

 No voy a negar que todavía tengo pequeños impases que me falta despabilar, pero para eso está mi hijo mayor que me orienta con paciencia y cariño. Pero lo importante es que… ¡ya me sacudí!

Y estoy descubriendo la felicidad, porque estoy “creciendo” aprendiendo cada vez más, me gusta el inglés, el francés (algún día volveré a Toulouse), el mundo cibernético (donde pueda, ahí estoy), camino a modo de ejercicio una hora con Malú y  aprendo otras nuevas que despierten mi curiosidad. A manejar y administrar mejor también mi economía. En fin. Lo importante es no abandonarse.

Y créanme, con mis nuevas decisiones he “espantado” mi tristeza por “el nido vacío” que dejaron mis retoños y esposo. Tengo en mi memoria estas dos frases que me sirven de acicate:

 “Procuremos más ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado. “. Y…

“Para ver claro, basta con cambiar la dirección de la mirada.”-Antoine de Saint-Exupery.

CUANDO LOS HIJOS DEJAN “EL NIDO”

“Cada cosa que sucede en tu vida, te prepara para un momento que está por llegar”

¿Nunca te ha pasado que hay días que sientes algo de depre? Bien porque te sientes sola, o porque si bien los hijos te aman, pues por sus propias preocupaciones, no pueden estar contigo el tiempo que tú quisieras porque ya ellos dejaron “el nido vacío” (hogar familiar). Y qué difícil es acostumbrarse a vivir solos otra vez. Nos sentimos a veces abandonados y tristes. Y peor hoy con el asunto de la pandemia. El síndrome del nido vacío es eso, el sentimiento de soledad por la partida hacia su independencia de los hijos Y parece ser que más nos afecta al género femenino. Como que entra en una fase de tristeza, reflexión sobre su vida y algunas frases como: “la casa está vacía”, “tanto silencio me agobia”, “siento grande la casa”, etc.

 Existen muchos tipos de familias y todas merecen  respeto y aceptación. Lo cierto es que también “cargan” inconscientemente el tipo de cultura, creencias diversas y otros, que influyen en sus hábitos, normas de conducta y formas de educar en su hogar. Por ello, me digo, cada familia es “un mundo” porque cada familia es única; construye su propio sistema de vida con base a los límites y normas que establecen, de acuerdo a sus creencias y cultura, que hacen que se diferencie una de otra.

Nuestra vida está conformada por las relaciones que establecemos con la familia, el trabajo, la relación afectiva  social y otros.  Pero si solo nos circunscribimos a la familia, llegará un momento que obviamente vamos a sufrir porque, como es natural,  los hijos crecen,  se casan, logran su independencia económica y optan por irse, vivir solos con su familia.

Ahí es donde sientes  “la pegada” de la soledad porque el nido quedó vacío. Entonces te sientes algo “olvidada”. Y ves la vida, desde una perspectiva sombría. La sientes fría, oscura, triste. Te abruma el panorama. Reparas que la depre quiere “comprimirte”, aunque eres consciente que tienes que sacudirte porque conoces perfectamente que los pensamientos negativos no favorecen a sobrellevar la situación. Son  dañinos. No obstante, a pesar de todo, no te sientes bien. Más aún cuando la particularidad  por salud u otra razón, te obligan a estar “casi” encerrada en casa. Creo, (opinión personal) que toda mujer que haya trabajado fuera de casa, siente la necesidad de “respirar” otros aires, fuera del ámbito doméstico.

Pues algo así me encontraba en estos días, como suelo decir, con las pilas “bajas”  dado que la mayoría de los días las paso sola, haciendo mis cosas; en ocasiones, acompañada  de uno de mis hijos cuando dispone de algún tiempo libre. Porque también el trabajo en la empresa, los roles de padre, esposo, jefe de hogar, lo conminan a atender. El menor solía venir los fines de semana con su familia a acompañarnos (lo hizo desde que se casó) los viernes en la noche hasta el domingo a mediodía que es cuando tenían que ir “volando” a su casa para atender sus problemas domésticos, de profesión, y el desempeño de sus roles al igual que el mayor.

 Desde luego que comprendo perfectamente la situación.

Como diría mi padre, es “ley de vida”. Nos tocó antes a nosotros dejar el hogar paterno pues ahora les toca a ellos, a nuestros hijos cuando se hacen independientes.

 Pues ni modo. No pueden regalarme el tiempo que quisiera.. Y punto. Tienen obligaciones que atender. Así de simple.

Ocurre en realidad que me cuesta trabajo aceptarlo. Más aún cuando   mi compañero de vida no está más conmigo.

 Ironías de la vida. ¿Saben? Aún recuerdo que sufría más por mi esposo, pues me preguntaba qué sería de él si yo muriera primero. Pero estaba destinado él a partir  primero al viaje sin retorno.  Mi esposo era de pocos amigos, muy casero, abocado a su trabajo de investigación y académico. Sociable y animoso en compartir la conversa con conocidos, vecinos o los pocos amigos que teníamos como familia, pero solitario. A diferencia mía. Pero… vino la pandemia, la cuarentena y demás y nos cambió el panorama a muchos.  

Lo cierto es que en mi soledad obligada por el momento, espero desquitarme cuando esté recuperada de salud y termine esta pandemia que nos tiene “castigados” a todos. Siendo honesta, me conozco, tampoco soy de estar todo el día en calle. Ahora lo extraño porque estoy como monja en clausura, metida en casita.  

Es necesario despertar del “marasmo”,  el letargo en que nos tiene sumido  esta situación. La mayoría tiene urgencias que atender en la familia, la casa o la profesión. Entonces…reparo que a veces una es egoísta pensando como si fueras la única con tus problemas. Y ¡no es así!. ¡Claro que no¡

Empieza a  cuidar  de ti misma, viajar cuando se pueda (ahora, no), pasear, dedícate a alguna afición que despierte tu interés o curiosidad. Cultiva una afición que te gustaba y que no atendiste bien por los quehaceres  Recuerda que siempre tenemos opciones en nuestra vida. Elijamos la nuestra. Tratemos de ser felices con lo que la vida nos presenta. Trabajemos el “desapego”, es necesario para no seguir sufriendo. Recuerda que nada es permanente y a pesar del amor incondicional que tenemos por los hijos, nacemos solas y nos vamos  de igual forma. O no? Somos pues nuestra compañía durante toda la vida.

Con esta “nueva” perspectiva he comenzado  a tomar las “riendas” de mi hogar. Antes el administrador, ejecutor y otros, era mi esposo y me acostumbré mal. Cierto que algunas veces lo que necesitaba discutirse, lo hacíamos y tomábamos la decisión en conjunto. Fuimos una pareja siempre en armonía.

 No voy a negar que todavía tengo pequeños impases que me falta despabilar, pero para eso está mi hijo mayor que me orienta con paciencia y cariño. Pero lo importante es que… ¡ya me sacudí!

Y estoy descubriendo la felicidad, porque estoy “creciendo” aprendiendo cada vez más, me gusta el inglés, el francés (algún día volveré a Toulouse), el mundo cibernético (donde pueda, ahí estoy), camino a modo de ejercicio una hora con Malú y  aprendo otras nuevas que despierten mi curiosidad. A manejar y administrar mejor también mi economía. En fin. Lo importante es no abandonarse.

Y créanme, con mis nuevas decisiones he “espantado” mi tristeza por “el nido vacío” que dejaron mis retoños y esposo. Tengo en mi memoria estas dos frases que me sirven de acicate:

 “Procuremos más ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado. “. Y…

“Para ver claro, basta con cambiar la dirección de la mirada.”-Antoine de Saint-Exupery.

FECTOS DEL PANDEMIA

“Nada se va, hasta que nos haya enseñado lo que necesitábamos saber”.

No sè si a todos les pasa, pero en lo personal, siento que el encierro me afecta. Desde luego, trato de sacudirme, hacer algo, pero el problema que arrastramos los de la tercera edad es que se complica a veces con la salud. Como que todo lo que tuviste interiormente aflorara nuevamente. Se siente la necesidad de compañía, alguien con quien compartir inquietudes penas, recuerdos, ocurrencias ¡què sè yo! Y en ese sentido, aùn cuando muchas estamos acompañados por familiares cercanos..no nos sentimos “acompañadas” realmente. Se entiende que están en sus propios asuntos de trabajo, intereses, cuidado de los hijos, en fin. Tambièn tienen sus propias preocupaciones pero obviamente, del cual nosotros no participamos. Se deben a su familia nuclear, y nos cuesta trabajo asimilar que conformamos una parte secundaria. Esa es la realidad de la situación.

El hecho de haber salido antes, compartir con amigas, con personas de nuestra edad, inquietudes, preocupaciones propias y el distraerse aunque fueran con temas vanales, la pasàbamos bien. Como dice Yolita, una amiga muy querida, saliamos “refrescadas”, “descargadas”, renovadas de  tantas preocupaciones que a veces tenemos en la cabeza, por màs que nuestros hijos sean adultos, mayores, la compartimos también nosotras. Què duda cabe. Còmo solemos decir en nuestras charlas de café, uno nunca deja de ser madre. Problema de ellos, nos duele. Lo asimilamos y lo sufrimos como nuestro. Asì de simple. Pero, las salidas, charlas, bromas, llantos compartidos nos aliviaban de alguna manera. Generalmente nos despedìamos relajadas, felices, con reforzados brìos para afrontar las nuevas situaciones que se presentaran. Al menos asì lo sentìamos, creo yo. Tal vez, los que tienen suerte de tener a sus esposos vivos todavìa, la situación sea diferente para ellas, Pero los que estamos frescas todavía con el dolor a cuestas, nos cuesta asimilar la nueva situación. Experiencias de la vida que el tiempo con infinita paciencia nos irà  enseñando.

Tal vez en otra oportunidad hable de los beneficios que después de todo nos trajo la encerrona. Hoy tengo el alma vacìa, la melancolía cargada y la salud resquebrajada.

Espero que todo pase. Venceremos al coronavirus y todo volverá a la normalidad. No. No lo creo. Volveremos en situaciones diferentes a la que acostumbrábamos, porque de hecho…todo habrà sufrido un cambio. Hasta la manera de “mirar” nuestra nueva situación. Nuestra rutina, nuestras costumbres, nuestra vida.. Espero que en el tiempo podamos estar disfrutando de nuevo de aquellos que amamos,    volver a reír con alegría sincera, abrazarlos y besarlos. Sin embargo,  no cabe duda de que tras la crisis del coronavirus jamás volveremos a ser los mismos. Esta pandemia pasará y nos dejará una gran lección de vida. Lecciones, reflexiones y valores que algunos psicólogos como el italiano F. Morelli ya han querido plasmar por escrito:

“En una dimensión en la que las relaciones interpersonales, la comunicación, la socialización, se realiza en el (no)espacio virtual, de las redes sociales, dándonos la falsa ilusión de cercanía, este virus nos quita la verdadera cercanía, la real: que nadie se toque, se bese, se abrace, todo se debe de hacer a distancia, en la frialdad de la ausencia de contacto. ¿Cuánto hemos dado por descontado estos gestos y su significado?”

Bien. Dejemos de buscar culpables o de preguntarnos por qué ha pasado esto. Empecemos a pensar en qué hemos podido aprender de todo ello. Cierto que todos tenemos mucho sobre què reflexionar y esforzarnos y/o adaptarnos al nuevo cambio. Seguramente con la nueva “mirada” que  la experiencia de la pandemia nos trajo circunstancialmente ¿Serà?

¿UNA CANCIÓN… UN RECUERDO?

“Ser madre significa que tu corazón ya no es tuyo, sino que deambula donde quiera que estén tus hijos.”

¿Nunca te ha ocurrido que cuando escuchas una canción, te evoca algún recuerdo?

Hoy me aflora en la memoria, varias que responden a distintos momentos de mi vida. Como madre, maestra, esposa, entre otras.

Hagamos memoria. ¿Te has dado cuenta que hay canciones que nos ponen sentimentales?, Te gustan sí, pero ¿te has preguntado por qué? Ocurre que algunas veces está, efectivamente, asociada a algún recuerdo que puede ser triste o alegre. No había reparado en ello si no es por mi pequeño Macolito  que un día me dice, ¿Por qué te gusta esa canción? No sabes ni quechua pero cuando la oyes te pones sentimental, ¿no estará atada con alguna parte de tu vida?

Vaya que me dejo pensando. Cierto, me dije ¿Por qué me gusta?… hurgaba en mi memoria hasta que de pronto, ¡zas! Me vino la imagen del momento al que estaba asociada. Era cuando mis enanos estaban pequeñitos, vivíamos por esos años en Cusco. Solíamos ir en las tardes a que jugaran a una explanada inmensa, llena de verdor, cerca al aeropuerto. En ese entonces, se escuchaba por la radio portátil que llevaba el público, una canción de una cantante local, estaría de moda porque lo pasaban a cada rato. Tanto…que se me quedó en la memoria. Y si pues, estaba “atada” a la primera infancia de mis dos hijos mayores.

canciónLa otra canción que me llena de melancolía y me hace sentir el dolor de su ausencia es un huayno que le gustaba y solía cantar mi esposo  “Una paloma, sobre una rama”. Tanto así que se la grabé en varias versiones para que la escuchara en su carro cuando iba al trabajo.  Por el momento no lo escucho porque el dolor sigue fresco. Quizá más adelante.

La otra es la canción es “Chiquitita” del grupo ABBA. Esta canción la asocio a mi etapa de maestra porque tenía la costumbre ( y todavía me queda) de llamar así a mis alumnas y exalumnas.. No “Chiquititas”, precisamente, sino, “Chiquitas”.

Hoy, sumo a mi lista, la canción religiosa “Una madre no se cansa de esperar” por un incidente que me ocurrió hace poco. Era el cumpleaños de una amiga quien nos invitó a tomar desayuno a un grupo de amigas, de las cuales, unas eran de su grupo de oración. La idea era primero rezar el rosario, luego el desayuno. Una forma personal de celebrarlo, desde luego, y uno confía que quienes nos acompañan, lo entiendan.

La líder del grupo de oración muy práctica, nos organizó de cómo se llevaría a cabo la lectura de los misterios del rosario y cómo los cánticos religiosos, desde las copias que nos había entregado antes. Todos participamos con entusiasmo contagiados por el calor de la amistad y la mañana hermosa que nos regalaba el día. Y antes de que nuestra amiga, la anfitriona, leyera el quinto misterio del rosario nos indicó la líder que teníamos que entonar la canción “Una madre no se cansa de esperar”. Así lo hicimos. Cantamos a voz en cuello repitiendo los diferentes estribillos de la canción y, de pronto… nos sentimos conmovidas (os) por la  letra de la canción. Sin temor a equivocarme, creo que todas teníamos un nudo en la garganta; queríamos resistirnos a las lágrimas, pero éstas rebeldes, pugnaban por salir. ¿Qué nos había ocurrido?

Algo simple. Todas éramos madres de familia, y como tal, nos sentimos identificadas con la letra y, de alguna manera, afloró en nosotras, el recuerdo de nuestros hijos (as) cuando les tocó estar lejos por distintas razones. Nos había llegado al alma y nos sentimos turbadas por el dolor de los recuerdos. Fue un momento único.

importancia canciónLa dueña del santo tomó la palabra pues le tocaba a ella el último misterio y soltó las lágrimas con libertad. Habló su corazón, entre lágrimas recordó a la hija que había viajado a México para estudiar. Se quedó cinco largos años. Años que para ellos fue difícil como para todo padre o madre, cuando los sabemos lejos.

Me pareció un momento mágico. Ganadas por la emoción de las letras de la canción sumada a la remembranza de nuestra querida amiga, nos involucramos todas como madres y retrocedimos en el tiempo:

Solo “ayer” – nos decíamos- los “vimos” pequeños, (as), necesitados de nosotros, estaban en nuestro regazo con sus penas y sus llantos. Y hoy que están crecidos, adultos, igual – para nosotros no cuenta la edad-, estaremos pronto a cobijarlos en nuestro pecho cuando nos necesiten…

Fue así, que el recuerdo filial, nos había encogido el corazón de nostalgia. Luego, comentábamos en el desayuno, cómo nos removió el piso el hecho de haberlos visto crecer tan rápido, el que tomaran su propio camino, su independencia, con sus avatares, pero ¡aprendiendo!. Nos dolía porque el (la) pequeño (a) que fue ya no lo sería nunca más. Incluso nos lamentábamos, de cuántas veces nos habremos perdimos momentos de “su “ vida, azuzados entonces por el trabajo, las obligaciones que lamentablemente, a veces, no se podía obviar. Es ley de vida, la cabeza lo entiende, cierto, pero el corazón no, por eso se nos hace difícil olvidarlo.

¡Qué velocidad la de los pensamientos! ¿Verdad? En ese ínterin había corrido como caballo desbocado. Nos hizo rememorar imaginariamente a todas, nuestra “historia” de vida. Cuando terminó de hablar nuestra amiga, retomó la lectura del último misterio y todas suspiramos porque era el momento de regresar al presente.

Ya en mesa, mientras compartíamos el sabroso desayuno preparado por la anfitriona, la mayoría retomó el hilo de la primera conversa que había quedado pendiente en el aire, sin concluir

Al final nos sentimos mejor, más liberadas de la primera emoción. Recapitulando, entendimos que si bien los recuerdos de su infancia nos abruman, felizmente, los hemos educado con amor para que volaran y fueran personas de bien e independientes. A Concretar lo que es su derecho, a seguir viviendo, a conquistar sus sueños porque jamás quisimos cortar sus alas. Prima la razón desde luego, pero el corazón es renuente a admitirlo.

Nos sentimos agradecidos con la vida, con Dios porque hoy los (las) vemos volar persiguiendo sus propias esperanzas y – recordamos- que en su momento estuvimos ahí para empujarles y apoyarles. Entendemos que no es el fin del mundo, solo es un cambio y todo cambio provoca ansiedad pero luego el tiempo todo lo transforma. Es necesario tener valor para dejarlos volar, aprender a abrazarlos a distancia, apoyar sus decisiones que están muy lejos de nosotros.

Fue así como terminamos, reconfortados de una reunión simpática, fructífera y relajante, gracias a nuestra amiga.

Y a ti, ¿qué canciones te traen recuerdos? ¿Me los cuentas?

¿AYUDAN LAS EXPERIENCIAS?

“La vida es muy diferente a la escuela. En la escuela primero aprendes la lección y luego te ponen la prueba. En la vida te ponen la prueba y luego aprendes la lección.”

Por experiencia entendemos la participación activa, vivida o sentida en hechos o acontecimientos que suceden en la vida cotidiana. Cuando tomamos conciencia de ello reflexionamos, lo que conlleva a que nuestras vivencias se  conviertan con el tiempo en experiencia. A través de nuestra vida guardamos en nuestra memoria experiencias de diferente índole lo que permite conocernos mejor.

Hay experiencias de vida aprendidas en el hogar, en el entorno familiar; en el trabajo, en las relaciones sociales, vida académica, etc., que viene aunada a la experiencia emocional (guardada en la memoria como recuerdo) múltiple y enriquecedora. La asociación de recuerdos aparece después, en un momento determinado, afectándonos positiva o negativamente. Lo cierto es que en la memoria se conservan, en gran medida, las emocionales.

experiencia3 Éstas, igualmente, juegan un papel importante porque actúan como un medio de comunicación (a la comunicación verbal, por lo general, le agregamos expresiones del rostro, el tono de voz y los gestos corporales) que reflejan nuestro mundo interno, cómo vivimos nuestro “yo” interior (con todo lo que sucede alrededor nuestro) e incluso, permite que entendamos parte de nuestra conducta. Hasta la emoción negativa redime su beneficio; se sabe que emplea parte de nuestra energía para descubrir nuestra potencialidad y toma las precauciones del caso, para prevenir o crear algo a partir de su aparición. No obstante, nuestra memoria es selectiva, “graba” solo lo que tiene real significado y puede hacernos variar la forma de ver el mundo al tomar decisiones o afrontar los conflictos en los momentos más críticos.

Por ejemplo, si nos circunscribimos a la familia nos quedan lecciones de experiencia que pueden perdurar toda la vida o no. Pueden ser buenas o …malas, pero que aprendidas de nuestros padres, suelen asumirse como “buenas” inconscientemente. Por señalar algunos breves ejemplos:

experiencia4Si la familia es muy religiosa, se le quedará a alguno de los hijos la costumbre de serlo; o, caso contrario, puede ocurrir que lo rechace.

Si los padres, por más discursos que den sobre puntualidad, no lo son, será el ejemplo que quede; así como también, si un padre suele ser violento, agrede físicamente a su familia. Un hijo (a) aprende de lo que ve y más, si esta experiencia si es repetitiva.

Por otro lado, toda otra experiencia fuera del hogar, de carácter social o académica, también es variada. Señalo una (opinión personal), una mayor exigencia académica obliga al alumno a dar lo mejor de sí, por lo tanto, al final genera un mejor “producto”. Además, es una experiencia útil para toda la vida.

En general, la idea es entender por qué algunas veces, uno tiene “ciertas” reacciones o costumbres “inexplicables”, pero si madura y racionaliza las cosas, descubrirá la causa.

Lo rescatable de las experiencias, es que hay personas que no obstante haber sufrido una serie de vicisitudes que les hizo la vida más difícil para unos que para otros, supieron salir adelante pues éstas sacaron lo sobresaliente de ellos, los fortalecieron, porque lo vivido enseña. Las experiencias son lecciones que quedan “archivadas” en nuestro subconsciente pero no olvidadas. Ahora bien, mucho depende de cómo una (o) lo asuma en el tiempo.

Puede llegar el momento en que aflore cuando le toque ser padre  o madre y repita, inconscientemente, los “patrones”  de conducta recibidos en la infancia (Análisis Transaccional)°. En algunos que fueron tratados con dureza en su infancia por padres o parientes les puede suscitar un rencor o resentimiento; en otro, al contrario, pueda que el dolor los humanice más en el tiempo y les ayude a comprender mejor a los demás. Las experiencias vividas se reflejan como un cristal de color a través del cual vemos el mundo. Algunas experiencias nos hacen ver a través de un lente oscuro, otras, en cambio, a través de uno claro y lleno de luz. Toca a nosotros quitar el cristal que distorsiona y afecta nuestra forma de “mirar” el mundo y de reaccionar.

. experiencia5Por último, uno debe ser consciente de las circunstancias que hemos pasado, y esto es lo más importante, asumirlas con madurez, racionalidad, y tomar la decisión más sana.  Porque está demostrado que cuando uno vive “cargado” de dolor y resentimiento, el único afectado en el tiempo, es uno mismo, pues no vive feliz. Cualquier emoción que se nos prolonga, es porque está siendo «alimentada» por nuestros pensamientos. ¿Habían reparado? Entonces, mejor evitar ese tipo de pensamientos que lejos de ayudar, al final, enferman Hoy tenemos que apreciar  las cosas de forma diferente porque somos adultos, más fuertes, capaces, más razonables. Recuerda que todo pensamiento que mantiene una emoción ingrata, dañina e innecesaria, es errónea y es necesario modificarla.

Y ahora que estamos pasando las circunstancias difíciles de la pandemia del corona virus (una nueva experiencia), ¿qué lecciones nos aportará?

¿Crees que cambiaremos en alguna medida?

RETORNO

«Hay cosas que llevan su tiempo…y otras, que el tiempo se lleva.»

Hoy, luego de un largo silencio difícil de sobrellevar, retomo las páginas de mi blog.

La circunstancia inesperada de perder a mi esposo cuando estábamos felices  con la esperanza de tenerlo nuevamente en casa, nos llegó sorpresiva y fatal la noticia. Mis hijos, yo, así como sus amigos y familiares más cercanos quedamos mudos e incrédulos. Nos convertimos en estatuas de piedra, sin reacción alguna. Tuvo que pasar largos momentos para que recién pudieran aflorar las lágrimas.

Cierta vez alguien dijo, “Las ausencias enseñan”. Efectivamente.  Cada persona amada comparte en nuestra vida cotidiana todo un espacio de amor, amistad,  con alegrías, tristezas, esperanzas y más. Incluso aun cuando se tengan gustos disímiles. Pareciera que, al margen de ello, se construyera una “esencia” de “hermandad”. Y, efectivamente, suele ocurrir que cuando nos faltan se siente un vacío inmenso, insustituible y, el “golpe”, doloroso y aleccionador.

Sin duda que las amistades, familiares, tratan con cariño de apoyarte, consolarte no obstante es un paliativo. Lo cierto es que cuando pasan todas las circunstancias iniciales, al final quedamos solos (as). Cada momento vivido con el (la) ausente se hace más nítido, en cada detalle, en cada recuerdo, en cada aventura. La separación es más notoria cuando de las cosas que no solías hacer antes, tienes hoy que ser el adalid. Quien antaño lo solucionara, dirigiera con maestría, no está más contigo. Y sientes la inmensa necesidad del otro (a). ¡Cuánta falta hace!. Es el vacío, la ausencia “sin fondo” como dijera Vallejo en uno de sus poemas. Estás solo (a). No hay más.

pensamiento Y aunque siga doliendo es momento de tomar decisiones. Asumir el protagonismo. No hay papeles secundarios. O lo haces, mal que bien; o, no lo haces y será peor. Entonces, batallando contigo mismo, limpiándote los mocos, dándote valor, emprendes los primeros pasos de la autonomía, sudando, sufriendo, errando, pero ahí se comienza a emprender el camino hacia delante.

Y la vida te enseña que las cosas tienen que continuar y que no cuentas –en ocasiones- más que contigo mismo. Toda ayuda, apoyo, con muy buena voluntad desde luego, se infiere como transitoria.  Y es que nadie te debe nada. Todos también tienen sus propios problemas y dolores de cabeza personales. A entender eso. Para cualquiera pesa primero su familia.  Por ende, es preferible, “no esperar nada de nadie” que andar en locas esperanzas incumplidas. Así se sufrirá menos también, ¿no les parece?

Rescatemos la paciencia. Respiremos hondo, con “mirada” optimista en tono mayor. Con la confianza retomada sigamos afrontando las diferentes situaciones que puedan llegar hasta cuando nos toque la partida, al encuentro con nuestro amado o amada..

 

 

 

 

 

Cuando la desazón asoma

“Los días que fueron, los días perdidos, los días inertes ya no volverán. Qué tristes las horas que se desgranaron bajo el aletazo de la soledad.” Alfonsina Storni

En estos días que casi no he salido de casa, una por estar otra vez enferma; otra, por acompañar a mi esposo quien también tiene algunos problemas de salud, me ha querido aplastar la melancolía. He escuchado y leído que algunos les gusta la soledad, o que así se sienten acompañados de sí mismos. Confieso que ese discurso, falso o sincero, no va conmigo. Necesito tener alguien con quien conversar, intercambiar ideas; o por lo menos, si no podemos conversar, por circunstancias del trabajo y demás, me bastaría con “sentir” que está en casa, cerca, y si pues, aunque no conversáramos, me sentiría acompañada.

compañía¿Qué traumas de infancia arrastra uno para ciertos temores?. No lo sé. Pero creo que todos cargamos uno que otro archivado en nuestro subconsciente. En fin. Pero encima, si frente a ello, te acometen algunos males que te obligan a estar casi encerrada en casa, peor. Cierto que uno no está sin hacer nada. Se puede hacer muchas cosas, como leer, escribir, ver la tele, revisar correos, atender la casa, etc. Cosas que te distraigan, pero al final… descubres que sí, que la soledad y el “encierro” te golpea y a veces, te aplasta, te deprime. Peor si uno es persona de la tercera edad. Lo he conversado con amigas que han pasado por lo mismo; y lo he sentido en carne propia. Cosa extraña, casi todas, coincidimos; ni qué decir de las que viven solas. Salvo algunas que viven acompañadas con familiares.

Ahora entiendo por qué una amiguita, quien desde hace tiempo no hace yoga porque quedó delicada de las piernas después de varias caídas, que cuando la invité a formar parte de nuestra “ junta” o pandero , me agradeció por tenerla en cuenta. Al principio no la entendí, luego ella me explicó que estas reuniones le permitían salir, distraerse y relajarse. Como decimos las amigas, estas reuniones donde hablamos de todo, nos gastamos bromas, contamos nuestras cuitas, cantamos… nos sirve de “catarsis” a todas.

De estas situaciones, a veces difíciles, he aprendido (pues cada experiencia te enseña), fuerzaque uno mismo se tiene que ayudar. Nadie más lo puede hacer. Por ejemplo, que es bueno tener fe, en Dios o en lo que tú quieras creer, ello te permite contar con un “soporte” emocional. Cuidarse también de los pensamientos desbocados y negativos, (hay que estar atentos, no dejar que se aloje en nuestros pensamientos). Ser conscientes de lo que pensamos porque estos son los que nos “cargan” y nos mantienen en la tristeza y apatía porque no lo dejamos ir. Cuidar nuestro estado de ánimo pues suele determinar nuestro nivel de actividad. Y la inactividad – por qué no decirlo – nos impide disfrutar de aquellos momentos que nos hace sentir “vivos”. Es importante reservar momentos para nosotros mismos y emplearlo en lo que nos agrada, un hobby u otra actividad, pero que no solo nos alegre el espíritu sino no también nos produzca gozo y, a la vez,  nos permite estar ocupadas.

Qué importante es aprender a meditar. Cuánto ayuda la meditación a preservar la salud física, emocional y espiritual. Te da fortaleza, serenidad y amor para comprenderte y comprender a los demás.

¡Ha sacudirse entonces de todas las “cargas emocionales” que nos pesan y nos quieren aplastar!  Comencemos hoy que mañana es tarde.

¿Qué tal? ¿Damos el primer paso?