La partida o el cambio

 

“Nada de lo que fue vuelve a ser, y las cosas y los hombres y los niños no son lo que fueron un día”. (Ernesto Sábato)

Nuestra vida suele estar cargada de cambios. Cambios a los que solemos tenerle algo de temor a pesar de ser una constante en nuestras vidas (cambio de colegio, universidad, trabajo, residencia, etc) El cambio significa desacostumbrarse, salir de una zona de confort donde ya nos habíamos acostumbrado y comenzar a adaptarnos a una nueva situación lo que nos parece al inicio complicado.

El término “cambio” denota la acción o transición de un estado  inicial a otro diferente, según se refiera a un individuo, objeto o situación. También puede referirse a la acción de sustituir o reemplazar algo. En este caso, me centro en la primera acepción. Básicamente como la partida de alguien que se va a otro lugar o pueblo nuevo por razones de trabajo o de estudio. O, la salida de una querencia sostenida por años en la convivencia familiar, donde los hábitos, las costumbres, la variedad de bártulos se “afincaron” en el tiempo con derecho propio en el lugar.  

Cuando llegas a un lugar a vivir (por decisión familiar) por primera vez, lo haces con la ilusión propia de la novedad, incluso pones el mejor esfuerzo para poner en las cosas no solo tu gusto (de acuerdo a tus posibilidades) sino también le pones ilusión y corazón pues le sumas el amor infinito pensando en los tuyos (hijos, esposo, familia.) Le pones interés a los detalles para que sea atractivo a ojos de los tuyos y los ajenos que después vendrán a compartir contigo la novedad y la alegría porque son personas a quienes quieres y te quieren.

Ah, esos primeros años… ¡son hermosos! El deslumbramiento más la novedad de la nueva convivencia tienen su etapa atractiva, pero conforme va pasando el tiempo, y lo novedoso se hace cotidiano, ciertas acciones se van convirtiendo en costumbres de tal manera que ya es parte de los hábitos de la convivencia. La premura e ilusión inicial como que se va apagando un poquitín, se va “amenguando”.

 Lo he experimentado y también lo he notado  en la actitud de los amigos,  vecinos nuevos que se instalaban en sus nuevas casas. Inicialmente…!qué prolijidad en el cuidado y mantenimiento del cuidado interior y exterior¡ Con paciencia y dándose tiempo extra para todo.  Pero, conforme van pasando los años, la exigencia en la atención de la familia, el trabajo,  sumado a otras circunstancias  recargan la función de quien se da el trabajo del mantenimiento de la casa y obviamente, el cuidado ya no será el mismo. Porque hablando con realismo y justicia, no todos los nuevos integrantes tienen el entusiasmo y el coraje de participar en estas actividades domésticas.  Generalmente, ocurre que el entusiasmo se da en una o dos personas, la madre o alguna de las hijas o algún integrante varón de la familia. Suele suceder que el interés de los varones es más visual que cooperante,  salvo casos rarísimos de apoyo manual, pero de haber, si los hay, ¡Qué duda cabe¡  ¿Me equivoco?

Entonces, como es natural, el entusiasmo inicial “apagado,”  deteriora en algo “la chispa” vibrante inicial. No obstante, lo bonito del cambio es que comienzas a echar raíces en el nuevo lugar, desarrollas tu vida familiar y siembras recuerdos por doquier pues nacieron tus hijos, o convivieron contigo por años y luego, con el paso del tiempo, la familia se desmembró porque cada uno de los menores creció, se independizó y tomó rumbo distinto; o alguien del núcleo familiar partió para no volver más sembrando una tristeza insondable.

Esta “querencia” sostenida en años, sin darte cuenta, te “marcó” con una cicatriz invisible pero indeleble. Partir de un lugar con tantísimos recuerdos hace aflorar en nuestra memoria años maravillosos (particularmente si has vivido allí durante mucho tiempo) visitas de amigos, familiares,  cenas en la cocina, risas, parloteos. Hasta recordamos cada rasguño en las paredes (travesura de los hijos cuando pequeños, después, los nietos), el crujido del suelo de madera, el aroma de cada habitación, el eco de algunas canciones y charlas impregnadas en las paredes. Es decir, fueron compartidos  momentos, fechas, situaciones  importantes en la familia, con la familia, con las amistades. Con personas que te ganaron el corazón y se fueron arraigando suavecito.

Y “la partida” de esta querencia duele. Despedirse de la casa actual y empezar de cero en otro lugar “nuevo” puede resultar amargo y volverse todo un drama. Porque valgan verdades, lo que realmente convierte a una casa en un verdadero hogar son las personas y  cada uno de los momentos compartidos.

 A nadie le resulta fácil empacar y dejar atrás todo lo que le resulta familiar para enfrentar un entorno nuevo. Pero es especialmente  más difícil para quien por razones de estudio o trabajo tiene que llegar por primera vez a un lugar extraño (otro país, otro idioma, otras costumbres) y sin conocer a nadie. Eso sí es un drama al que hay que hacerle frente haciendo “tripas corazón” porque responde a una necesidad  en el plan de vida y no queda otra que adecuarse.

Los expertos consideran que las mudanzas son uno de los momentos más estresantes en nuestras vidas. Tener que dejar a amigos, lugares familiares y actividades genera ansiedad en todas las personas involucradas en la mudanza;). Y es mucho trabajo empacar y preparar la mudanza, para después tener que desempacar e instalarse en el nuevo hogar e irse desligando de una serie de objetos que tuvieron importancia en su momento  y que por circunstancias emocionales no querías “soltar” y que ahora, por razones de espacio no queda otra alternativa.

 Sin embargo puede llegar un momento crucial en nuestra vida otoñal donde, aún con el dolor a cuestas, se tiene que cambiar de residencia por razones de seguridad física y emocional. La prioridad es la salud. En este caso se tendrá la precaución de conocer previamente el  nuevo lugar con el (a) interesado (a), procurar  que les sea grato por circunstancias que a él o ella, les resulten  favorables (tranquilidad del barrio, cercanía a la familia y los amigos más allegados, etc.) Así, no les  será tan estresante el cambio porque se cuenta con la esperanza  de que el cambio les será grato en varios sentidos y por ende, menos agobiante. Luego de ello, como es natural, seguirá lo de siempre, adaptación al nuevo lugar, integrarse al nuevo barrio, ir descubriendo las zonas comerciales, lugares que irán captando su interés y por qué no, quién sabe, seguir cultivando las viejas amistades e ir formando nuevas porque – valgan verdades- la vida continúa y hay que seguir adelante.

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